Page 565 - El Señor de los Anillos
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—¿Me escucharéis ahora, Théoden hijo de Thengel? —dijo Gandalf—. ¿Pedís
ayuda? —Levantó la vara y la apuntó hacia una ventana alta. Allí la oscuridad
pareció aclararse y pudo verse por la abertura, alto y lejano, un brillante pedazo
de cielo—. No todo es oscuridad. Tened valor, Señor de la Marca, pues mejor
ayuda no encontraréis. No tengo ningún consejo para darle a aquel que
desespera. Podría sin embargo aconsejaros a vos y hablaros con palabras.
¿Queréis escucharlas? No son para ser escuchadas por todos los oídos. Os invito
pues a salir a vuestras puertas y a mirar a lo lejos. Demasiado tiempo habéis
permanecido entre las sombras prestando oídos a historias aviesas e instigaciones
tortuosas.
Lentamente Théoden se levantó del trono. Una luz tenue volvió a iluminar la
sala. La mujer corrió, presurosa, al lado del rey y lo tomó del brazo; con paso
vacilante, el anciano bajó del estrado y cruzó despaciosamente el recinto.
Lengua de Serpiente seguía tendido de cara al suelo. Llegaron a las puertas y
Gandalf golpeó.
—¡Abrid! —gritó—. ¡Aquí viene el Señor de la Marca! Las puertas se
abrieron de par en par y un aire refrescante entró silbando en la sala. El viento
soplaba sobre la colina.
—Enviad a vuestros guardias al pie de la escalera —dijo Gandalf—. Y vos,
Señora, dejadlo un momento a solas conmigo. Yo cuidaré de él.
—¡Ve, Eowyn, hija de hermana! —dijo el viejo rey—. El tiempo del miedo
ha pasado.
La mujer dio media vuelta y entró lentamente en la casa. En el momento en
que franqueaba las puertas, volvió la cabeza y miró hacia atrás. Graves y
pensativos, los ojos de Eowyn se posaron en el rey con serena piedad. Tenía un
rostro muy hermoso y largos cabellos que parecían un río dorado. Alta y esbelta
era ella en la túnica blanca ceñida de plata; pero fuerte y vigorosa a la vez,
templada como el acero, verdadera hija de reyes. Así fue como Aragorn vio por
primera vez a la luz del día a Eowyn, Señora de Rohan, y la encontró hermosa,
hermosa y fría, como una clara mañana de primavera que no ha alcanzado aún
la plenitud de la vida. Y ella de pronto lo miró: noble heredero de reyes, con la
sabiduría de muchos inviernos, envuelto en la andrajosa capa gris que ocultaba
un poder que ella no podía dejar de sentir. Permaneció inmóvil un instante, como
una estatua de piedra; luego, volviéndose rápidamente, entró en el castillo.
—Y ahora, Señor —dijo Gandalf—, ¡contemplad vuestras tierras! ¡Respirad
una vez más el aire libre!
Desde el pórtico, que se alzaba en la elevada terraza, podían ver, más allá del
río, las campiñas verdes de Rohan que se pierden en la lejanía gris. Cortinas de
lluvia caían oblicuamente a merced del viento, y el cielo allá arriba, en el oeste,
seguía encapotado; a lo lejos retumbaba el trueno y los relámpagos parpadeaban
entre las cimas de las colinas invisibles. Pero ya el viento había virado al norte y