Page 569 - El Señor de los Anillos
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—Imposible, Señor —dijo Aragorn—. No ha llegado aún la hora del reposo
      para  los  fatigados.  Los  hombres  de  Rohan  tendrán  que  partir  hoy  y  nosotros
      cabalgaremos con ellos, hacha, espada y arco. No hemos traído nuestras armas
      para  dejarlas  apoyadas  contra  vuestros  muros,  Señor  de  la  Marca.  Y  le  he
      prometido a Eomer que mi espada y la suya combatirán juntas.
        —¡Ahora en verdad hay esperanzas de victoria! —dijo Eomer.
        —Esperanzas,  sí  —dijo  Gandalf—.  Pero  Isengard  es  poderoso.  Y  nos
      acechan  otros  peligros  más  inminentes.  No  os  retraséis,  Théoden,  cuando
      hayamos  partido.  ¡Llevad  prontamente  a  vuestro  pueblo  a  la  fortaleza  de  El
      Sagrario en las colinas!
        —Eso sí que no, Gandalf —dijo el rey—. No sabes hasta qué punto me has
      devuelto la salud. No haré eso. Yo mismo iré a la guerra, para caer en el frente
      de combate, si tal es mi destino. Así podré dormir mejor.
        —Entonces, hasta la derrota de Rohan se cantará con gloria —dijo Aragorn.
        Los  hombres  armados  que  estaban  cerca  entrechocaron  las  espadas  y
      gritaron:
        —¡El Señor de la Marca parte para la guerra! ¡Adelante, Eorlingas!
        —Pero vuestra gente no ha de quedar sin armas y sin pastor —dijo Gandalf
      —. ¿Quién los guiará y los gobernará en vuestro reemplazo?
        —Lo  pensaré  antes  de  partir  —respondió  Théoden—.  Aquí  viene  mi
      consejero.
        En aquel momento Háma volvía de la sala del castillo. Tras él, encogido entre
      otros  dos  hombres,  venía  Grima,  Lengua  de  Serpiente.  Estaba  muy  pálido  y
      parpadeó a la luz del sol. Háma se arrodilló y presentó a Théoden una espada
      larga en una vaina con cierre de oro y recamada de gemas verdes.
        —Hela  aquí,  Señor,  Herugrim,  vuestra  antigua  espada  —dijo—.  La
      encontramos en el cofre de Grima. Por nada del mundo quería entregarnos las
      llaves. Hay allí muchas otras cosas que se creían perdidas.
        —Mientes —dijo Lengua de Serpiente—. Y esta espada, tu propio amo me
      pidió que la guardara.
        —Y ahora te la reclamo —dijo Théoden—. ¿Eso te disgusta?
        —Por cierto que no, Señor —dijo Lengua de Serpiente—. Me preocupo por
      vos  y  por  los  vuestros  tanto  como  puedo.  Pero  no  os  fatiguéis,  ni  confiéis
      demasiado en vuestras fuerzas. Dejad que otros se ocupen de estos huéspedes
      importunos. Vuestra mesa será servida de un momento a otro. ¿No iréis a comer?
        —Sí  —dijo  Théoden—.  Y  que  junto  a  mí  se  ponga  comida  para  mis
      huéspedes. El ejército partirá hoy. ¡Enviad los heraldos! Que convoquen a todos.
      Que los hombres y los jóvenes fuertes y aptos para las armas, y todos quienes
      tengan caballos estén aquí montados a las puertas del castillo a la hora segunda
      pasado el mediodía.
        —¡Venerado Señor! —gritó Lengua de Serpiente—. Tal como me lo temía,
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