Page 574 - El Señor de los Anillos
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gobierne en mi reemplazo. ¿Quién de vosotros desea quedarse?
        Nadie respondió.
        —¿No hay nadie a quien vosotros nombraríais? ¿En quién confía mi pueblo?
        —En la casa de Eorl —respondió Háma.
        —Pero de Eomer no puedo prescindir, ni él tampoco querría quedarse —dijo
      el rey—; y Eomer es el último de esta Casa.
        —No he nombrado a Eomer —dijo Háma—. Y no es el último. Está Eowyn,
      hija de Eomund, la hermana de Eomer. Es valiente y de corazón magnánimo.
      Todos la aman. Que ella sea el señor de Eorlingas en nuestra ausencia.
        —Así  será  —dijo  Théoden—.  ¡Que  los  heraldos  anuncien  que  la  Dama
      Eowyn gobernará al pueblo!
        Y  el  rey  se  sentó  entonces  en  un  sitial  frente  a  las  puertas  y  Eowyn  se
      arrodilló ante él para recibir una espada y una hermosa cota de malla.
        —¡Adiós, hija de mi hermana! —dijo—. Sombría es la hora; pero quizás un
      día volveremos al Castillo de Oro. Sin embargo, en El Sagrario el pueblo podrá
      resistir largo tiempo y si la suerte no nos es propicia, allí irán a buscar refugio
      todos los que se salven.
        —No  habléis  así  —respondió  ella—.  Cada  día  que  pase  esperando  vuestro
      regreso será como un año para mí. —Pero mientras hablaba los ojos de Eowyn
      se volvían a Aragorn, que estaba de pie allí cerca.
        —El rey regresará —dijo Aragorn—. ¡Nada temas! No es en el oeste sino en
      el este donde nos espera nuestro destino.
      El rey bajó entonces la escalera con Gandalf a su lado. Los otros lo siguieron.
      Aragorn volvió la cabeza en el momento en que se encaminaban hacia la puerta.
      Allá, en lo alto de la escalera, de pie, sola delante de las puertas, estaba Eowyn,
      las manos apoyadas en la empuñadura de la espada clavada ante ella en el suelo.
      Ataviada ya con la cota de malla, resplandecía como la plata a la luz del sol. Con
      el hacha al hombro, Gimli caminaba junto a Legolas.
        —¡Bueno, por fin partimos! —dijo—. Cuánto necesitan hablar los hombres
      antes de decidirse. El hacha se impacienta en mis manos. Aunque no pongo en
      duda que estos Rohirrim tengan la mano dura cuando llega la ocasión, no creo
      que sea ésta la clase de guerra que a mí me conviene. ¿Cómo llegaré a la batalla?
      Ojalá pudiera ir a pie y no rebotando como un saco contra el arzón de la silla de
      Gandalf.
        —Un lugar más seguro que muchos otros, diría yo —dijo Legolas—. Aunque
      sin  duda  Gandalf  te  bajará  de  buena  gana  cuando  comiencen  los  golpes,  o  el
      mismo Sombragris. Un hacha no es arma de caballero.
        —Y un enano no es un caballero. Querría cortar cabezas de orcos, no rasurar
      cueros cabelludos humanos —dijo Gimli, palmeteando el mango del hacha.
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