Page 575 - El Señor de los Anillos
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En la puerta, encontraron una gran hueste de hombres, viejos y jóvenes, ya
      montados. Eran más de mil. Las lanzas en alto, parecían un bosque naciente. Un
      potente  y  jubiloso  clamor  saludó  la  aparición  de  Théoden.  Algunos  hombres
      sujetaban al caballo del rey, Crinblanca, ya listo para la partida, y otros cuidaban
      las cabalgaduras de Aragorn y Legolas. Gimli estaba malhumorado, con el ceño
      fruncido, pero Eomer se le acercó, llevando el caballo por la brida.
        —¡Salve, Gimli hijo de Glóin! —exclamó—. No ha habido tiempo para que
      aprendiera  a  expresarme  en  un  lenguaje  más  delicado,  como  me  prometiste.
      ¿Pero  no  será  mejor  que  olvidemos  nuestra  querella?  Al  menos  no  volveré  a
      hablar mal de la Dama del Bosque.
        —Olvidaré  mi  ira  por  un  tiempo,  Eomer  hijo  de  Eomund  —dijo  Gimli—,
      pero si un día llegas a ver a la Dama Galadriel con tus propios ojos, tendrás que
      reconocerla como la más hermosa de las damas, o acabará nuestra amistad.
        —¡Que así sea! —dijo Eomer—. Pero hasta ese momento, perdóname, y en
      prueba de tu perdón cabalga conmigo en mi silla, te lo ruego. Gandalf marchará
      a la cabeza con el Señor de la Marca; pero Pies de Fuego, mi caballo, nos llevará
      a los dos, si tú quieres.
        —Te lo agradezco de veras —dijo Gimli muy complacido—. Con todo gusto
      montaré contigo si Legolas, mi camarada, cabalga a nuestro lado.
        —Así será —dijo Eomer—. Legolas a mi izquierda y Aragorn a mi diestra,
      ¡y nadie se atreverá a ponerse delante de nosotros!
        —¿Dónde está Sombragris? —preguntó Gandalf.
        —Corriendo  desbocado  por  los  prados  —le  respondieron—.  No  deja  que
      ningún hombre se le acerque. Allá va por el vado como una sombra entre los
      sauces.
        Gandalf silbó y llamó al caballo por su nombre, y el animal levantó la cabeza
      y relinchó; y en seguida volviéndose, corrió como una flecha hacia la hueste.
        —Si el Viento del Oeste tuviera un cuerpo visible, así de veloz soplaría —dijo
      Eomer, mientras el caballo corría hasta detenerse delante del mago.
        —Se diría que el regalo se ha entregado ya —dijo Théoden—. Pero, prestad
      oídos, todos los presentes. Aquí y ahora nombro a mi huésped Gandalf Capagris,
      el más sabio de los consejeros, el más bienvenido de todos los vagabundos, Señor
      de la Marca, jefe de los Eorlingas, mientras perdure nuestra dinastía; y le doy a
      Sombragris, príncipe de caballos.
        —Gracias, Rey Théoden —dijo Gandalf. Luego, de súbito, echó atrás la capa
      gris, arrojó a un lado el sombrero y saltó sobre la grupa del caballo. No llevaba
      yelmo ni cota de malla. Los cabellos de nieve le flotaban al viento y las blancas
      vestiduras resplandecieron al sol con un brillo enceguecedor.
        —¡Contemplad al Caballero Blanco! —gritó Aragorn; y todos repitieron estas
      palabras.
        —¡Nuestro Rey y el Caballero Blanco! —gritaron—. ¡Adelante, Eorlingas!
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