Page 571 - El Señor de los Anillos
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Dio un paso adelante, pero Gandalf lo detuvo.
        —Eowyn  está  a  salvo  ahora  —dijo—.  Pero  tú,  Lengua  de  Serpiente,  has
      hecho  cuanto  has  podido  por  tu  verdadero  amo.  Has  ganado  al  menos  una
      recompensa. Sin embargo, Saruman a veces no cumple lo que ha prometido. Te
      aconsejaría  que  fueses  prontamente  a  refrescarle  la  memoria,  para  que  no
      olvide tus fieles servicios.
        —Mientes —dijo Lengua de Serpiente.
        —Esta palabra te viene a la boca demasiado a menudo y con facilidad —dijo
      Gandalf—. Yo no miento. Mirad, Théoden, aquí tenéis una serpiente. No podéis,
      por vuestra seguridad, llevarla con vos, ni tampoco podéis dejarla aquí. Matarla
      sería hacer justicia. Pero no siempre fue como ahora. Alguna vez fue un hombre
      y  os  prestó  servicio  a  su  manera.  Dadle  un  caballo  y  permitidle  partir
      inmediatamente, a donde quiera ir. Por lo que elija podréis juzgarlo.
        —¿Oyes,  Lengua  de  Serpiente?  —dijo  Théoden—.  Esta  es  tu  elección:
      acompañarme a la guerra y demostrarnos en la batalla si en verdad eres leal; o
      irte  ahora  a  donde  quieras.  Pero  en  ese  caso,  si  alguna  vez  volvemos  a
      encontrarnos, no tendré piedad de ti.
        Lengua de Serpiente se levantó con lentitud. Miró a todos con ojos entonados,
      para  escrutar  por  último  el  rostro  de  Théoden.  Abrió  la  boca  como  si  fuera  a
      hablar,  y  entonces,  de  pronto,  irguió  el  cuerpo,  movedizas  las  manos,  los  ojos
      echando chispas. Tanta maldad se reflejaba en ellos que los hombres dieron un
      paso atrás. Mostró los dientes y con un ruido sibilante escupió a los pies del rey, y
      en seguida, saltando a un costado, se precipitó escaleras abajo.
        —¡Seguidlo! —dijo Théoden—. Impedid que haga daño a nadie, mas no lo
      lastiméis ni lo retengáis. Dadle un caballo, si así lo desea.
        —Y si hay alguno que quiera llevarlo —dijo Eomer.
        Uno de los guardas bajó de prisa las escaleras. Otro fue hasta el manantial al
      pie  de  la  terraza,  recogió  agua  en  el  yelmo  y  limpió  con  ella  las  piedras  que
      Lengua de Serpiente había ensuciado.
      —¡Y  ahora,  mis  invitados,  venid!  —dijo  Théoden—.  Venid  y  reparad  fuerzas
      mientras la prisa nos lo permita.
        Entraron nuevamente en el castillo. Allá abajo en la villa ya se oían las voces
      de  los  heraldos  y  el  sonido  de  los  cuernos  de  guerra,  pues  el  rey  partiría  tan
      pronto  como  los  hombres  de  la  aldea  y  los  que  habitaban  en  los  aledaños
      estuviesen reunidos y armados a las puertas del castillo.
        A la mesa del rey se sentaron Eomer y los cuatro invitados, y también estaba
      allí la Dama Eowyn, sirviendo al rey. Comieron y bebieron rápidamente. Todos
      escucharon en silencio mientras Théoden interrogaba a Gandalf sobre Saruman.
        —¿Quién  puede  saber  desde  cuándo  nos  traiciona?  —dijo  Gandalf—.  No
      siempre fue malvado. En un tiempo, no lo dudo, fue un amigo de Rohan; y aun
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