Page 572 - El Señor de los Anillos
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más tarde, cuando empezó a enfriársele el corazón, pensaba que podíais serle
útil. Pero hace tiempo ya que planeó vuestra ruina, bajo la máscara de la
amistad, hasta que llegó el momento. Durante todos estos años la tarea de Lengua
de Serpiente ha sido fácil y todo cuanto hacíais era conocido inmediatamente en
Isengard; porque el vuestro era un país abierto y los extranjeros entraban en él y
salían libremente. Y mientras tanto las murmuraciones de Lengua de Serpiente
penetraban en vuestros oídos, os envenenaban la mente, os helaban el corazón,
debilitaban vuestros miembros, y los otros observaban sin poder hacer nada, pues
vuestra voluntad estaba sometida a él.
» Pero cuando escapé y os puse en guardia, la máscara cayó para los que
querían ver. Después de eso, Lengua de Serpiente jugó una partida peligrosa,
procurando siempre reteneros, impidiendo que recobrarais vuestras fuerzas. Era
astuto: embotaba la prudencia natural del hombre, o trabajaba con la amenaza
del miedo, según le conviniera. ¿Recordáis con cuánta vehemencia os suplicó que
no distrajerais un solo hombre en una empresa quimérica en el este cuando el
peligro inminente estaba en el oeste? Por consejo de él prohibisteis a Eomer que
persiguiera a los orcos invasores. Si Eomer no hubiera desafiado las palabras de
Lengua de Serpiente que hablaba por vuestra boca, esos orcos ya habrían llegado
a Isengard, obteniendo una buena presa. No por cierto la que Saruman desea por
encima de todo, pero sí al menos dos hombres de mi Compañía, con quienes
comparto una secreta esperanza, de la cual, ni aun con vos, Señor, puedo todavía
hablar abiertamente. ¿Alcanzáis a imaginar lo que podrían estar padeciendo o lo
que Saruman podría saber ahora, para nuestra desdicha?
—Tengo una gran deuda con Eomer —dijo Théoden—. Un corazón leal
puede tener una lengua insolente.
—Decid también que para ojos aviesos la verdad puede ocultarse detrás de
una mueca.
—En verdad, mis ojos estaban casi ciegos —dijo Théoden—. La mayor de
mis deudas es para contigo, huésped mío. Una vez más, has llegado a tiempo.
Quisiera hacerte un regalo antes de partir, a tu elección. Puedes escoger
cualquiera de mis posesiones. Sólo me reservo la espada.
—Si he llegado a tiempo o no, queda por ver —dijo Gandalf—. En cuanto al
regalo que me ofrecéis, Señor, escogeré uno que responde a mis necesidades:
rápido y seguro. ¡Dadme a Sombragris! Sólo en préstamo lo tuve antes, si
préstamo es la palabra. Pero ahora tendré que exponerlo a grandes peligros,
oponiendo la plata a las tinieblas: no quisiera arriesgar nada que no me
pertenezca. Y ya hay un lazo de amistad entre nosotros.
—Escoges bien —dijo Théoden—; y ahora te lo doy de buen grado. Sin
embargo, es un regalo muy valioso. No hay ningún caballo que se pueda
comparar a Sombragris. En él ha resurgido uno de los corceles más poderosos de
tiempos muy remotos. Nunca más habrá otro semejante. Y a vosotros, mis otros