Page 561 - El Señor de los Anillos
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plazca en su propio castillo, así sea una locura.
—Sin duda —dijo Aragorn—. Y yo me doblegaría ante la voluntad del dueño
de casa, así fuese la cabaña de un leñador, si mi espada no se llamara Andúril.
—Cualquiera que sea el nombre de tu espada —dijo Háma—, aquí la dejarás
si no quieres batirte tú solo contra todos los hombres de Edoras.
—¡No solo! —dijo Gimli, acariciando el filo del hacha y alzando hacia el
guardia una mirada sombría, como si el hombre fuera un árbol joven que se
propusiera abatir—. ¡No solo!
—¡Vamos, vamos! —interrumpió Gandalf—. Aquí todos somos amigos. O
tendríamos que serlo; pues si disputamos, nuestra única recompensa sería la risa
sarcástica de Mordor. La misión que aquí me trae es urgente. He aquí mi espada,
al menos, buen hombre. Guárdala bien. Se llama Glamdring y fue forjada por los
elfos hace mucho tiempo. Ahora déjame pasar. ¡Ven, Aragorn!
Aragorn se quitó lentamente el cinturón y él mismo apoyó la espada contra el
muro.
—Aquí la dejo —dijo—, pero te ordeno que no la toques ni permitas que
nadie ponga la mano en ella. En esta vaina élfica habita la Espada que estuvo
Rota y fue forjada de nuevo. Telchar la forjó por primera vez en la noche de los
tiempos. La muerte se abatirá sobre todo hombre que se atreva a empuñar la
espada de Elendil, excepto el heredero de Elendil.
El guarda dio un paso atrás y miró a Aragorn con extrañeza.
—Se diría que vienes de tiempos olvidados en alas de una canción —dijo—.
Se hará lo que ordenas, señor.
—Bueno —dijo Gimli—, si tiene a Andúril por compañía, también mi hacha
puede quedar aquí, sin desmedro —y la puso en el suelo—. Ahora, si todo está ya
como lo deseas, llévanos a ver a tu amo.
El guarda vacilaba aún.
—Vuestra vara —le dijo a Gandalf—. Perdonad, pero también ella tiene que
quedar afuera.
—¡Pamplinas! —dijo Gandalf—. Una cosa es la prudencia y otra la
descortesía. Soy un hombre viejo. Si no puedo caminar apoyándome en un
bastón, me quedaré sentado y esperaré a que Théoden se digne arrastrarse hasta
aquí para hablar conmigo.
Aragorn se rió.
—Todos los hombres tienen algo que no quieren confiar a manos extrañas.
¿Pero quitarías el báculo a un hombre viejo? Vamos ¿no nos permitirás entrar?
—Esa vara en manos de un mago puede ser algo más que un simple báculo
—dijo Háma. Examinó con atención la vara de fresno en que se apoyaba
Gandalf—. Pero en la duda un hombre de bien ha de confiar en su propio juicio.
Creo que sois amigos y personas honorables y que no os trae aquí ningún
propósito malvado. Podéis entrar.