Page 643 - El Señor de los Anillos
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—Bueno, esto es asunto concluido —dijo Gandalf—. Ahora he de encontrar a
Bárbol y contarle lo que ha pasado.
—Se lo habrá imaginado, supongo —dijo Merry—. ¿Acaso podía haber
terminado de alguna otra manera?
—No lo creo —dijo Gandalf—, aunque por un instante la balanza estuvo en
equilibrio. Pero yo tenía mis razones para intentarlo, algunas misericordiosas,
otras menos. En primer lugar, le demostré a Saruman que ya no tiene tanto poder
en la voz. No puede ser al mismo tiempo tirano y consejero. Cuando la
conspiración está madura, el secreto ya no es posible. Sin embargo él cayó en la
trampa, e intentó embaucar a sus víctimas una por una, mientras las otras
escuchaban. Entonces le propuse una última alternativa y generosa, por cierto:
renunciar tanto a Mordor como a sus planes personales y reparar los males que
había causado ayudándonos en un momento de necesidad. Nadie conoce
nuestras dificultades mejor que él. Hubiera podido prestarnos grandes servicios;
pero eligió negarse y no renunciar al poder de Orthanc. No está dispuesto a
servir, sólo quiere dar órdenes. Ahora vive aterrorizado por la sombra de Mordor
y sin embargo sueña aún con capear la tempestad. ¡Pobre loco! Será devorado,
si el poder del Este extiende los brazos hasta Isengard. Nosotros no podemos
destruir a Orthanc desde afuera, pero Sauron… ¿quién sabe lo que es capaz de
hacer?
—¿Y si Sauron no gana la guerra? ¿Qué le harás a Saruman? preguntó Pippin.
—¿Yo? ¡Nada! —dijo Gandalf—. No le haré nada. No busco poder. ¿Qué será
de él? No lo sé. Me entristece pensar que tantas cosas que alguna vez fueron
buenas se pudran ahora en esa torre. Como quiera que sea a nosotros no nos ha
ido del todo mal. ¡Extrañas son las vueltas del destino! A menudo el odio se
vuelve contra sí mismo. Sospecho que aun cuando hubiésemos entrado en
Orthanc, habríamos encontrado pocos tesoros más preciosos que este objeto que
nos arrojó Lengua de Serpiente.
Un grito estridente, bruscamente interrumpido, partió de una ventana abierta
en lo más alto de la torre.
—Parece que Saruman piensa como yo —dijo Gandalf—. ¡Dejémoslos!
Volvieron a las ruinas de la puerta. Habían atravesado apenas la arcada,
cuando Bárbol y una docena de ents salieron de entre las sombras de las pilas de
piedras, donde se habían ocultado. Aragorn, Gimli y Legolas los miraban
perplejos.
—He aquí a tres de mis compañeros, Bárbol —dijo Gandalf—. Te he hablado
de ellos, pero aún no los habías conocido. —Los nombró a todos.
El Viejo Ent los escudriñó largamente y los saludó uno por uno. El último a
quien habló fue a Legolas.
—¿Así que has venido desde el Bosque Negro, mi buen elfo? ¡Era un gran
bosque, tiempo atrás!