Page 641 - El Señor de los Anillos
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ningún tonto y no confío en ti, Gandalf. Los demonios salvajes del bosque no
están aquí a la vista, en la escalera, pero sé dónde se ocultan, esperando órdenes.
—Los traidores siempre son desconfiados —respondió Gandalf con cansancio
—. Pero no tienes que temer por tu pellejo. No deseo matarte, ni lastimarte,
como bien lo sabrías, si en verdad me comprendieses. Y mis poderes te
protegerían. Te doy una última oportunidad. Puedes irte de Orthanc, en libertad…
si lo deseas.
—Esto me suena bien —dijo con ironía Saruman—. Muy típico de Gandalf el
Gris; tan condescendiente, tan generoso. No dudo que te sentirías a tus anchas en
Orthanc y que mi partida te convendría. Pero ¿por qué querría yo partir? ¿Y qué
significa para ti « en libertad» ? Habrá condiciones, supongo.
—Los motivos para partir puedes verlos desde tus ventanas —respondió
Gandalf—. Otros te acudirán a la mente. Tus siervos han sido abatidos y se han
dispersado; de tus vecinos has hecho enemigos; y has engañado a tu nuevo amo,
o has intentado hacerlo. Cuando vuelva la mirada hacia aquí, será el ojo rojo de
la ira. Pero cuando yo digo « en libertad» quiero decir « en libertad» : libre de
ataduras, de cadenas u órdenes: libre de ir a donde quieras, aun a Mordor,
Saruman, si es tu deseo. Pero antes dejarás en mis manos la Llave de Orthanc y
tu bastón. Quedarán en prenda de tu conducta y te serán restituidos un día, si lo
mereces.
El semblante de Saruman se puso lívido, crispado de rabia, y una luz roja le
brilló en los ojos. Soltó una risa salvaje.
—¡Un día! —gritó, y la voz se elevó hasta convertirse en un alarido—. ¡Un
día! Sí, cuando también te apoderes de las Llaves de Barad-dûr, supongo, y las
coronas de los siete reyes, y las varas de los Cinco Magos; cuando te hayas
comprado un par de botas mucho más grande que las que ahora calzas. Un plan
modesto. ¡No creo que necesites mi ayuda! Tengo otras cosas que hacer. No seas
tonto. Si quieres pactar conmigo, mientras sea posible, vete y vuelve cuando
hayas recobrado el sentido. ¡Y sácate de encima a esa chusma de forajidos que
llevas a la rastra, prendida a los faldones! ¡Buen día! —Dio media vuelta y
desapareció del balcón.
—¡Vuelve, Saruman! —dijo Gandalf con voz autoritaria. Ante el asombro de
todos, Saruman dio otra vez media vuelta, y como arrastrado contra su voluntad,
se acercó a la ventana y se apoyó en la barandilla de hierro, respirando
agitadamente. Tenía la cara arrugada y contraída. La mano que aferraba la
pesada vara negra parecía una garra.
—No te he dado permiso para que te vayas —dijo Gandalf con severidad—.
No he terminado aún. No eres más que un bobo, Saruman, y sin embargo
inspiras lástima. Estabas a tiempo todavía de apartarte de la locura y la maldad,
y ayudar de algún modo. Pero elegiste quedarte aquí, royendo las hilachas de tus
viejas intrigas. ¡Quédate pues! Mas te lo advierto, no te será fácil volver a salir. A