Page 738 - El Señor de los Anillos
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realmente, y no en apariencia. El cuerno regresó, pero partido en dos, como bajo
el golpe de un hacha o de una espada. Los pedazos llegaron a la orilla
separadamente: uno fue hallado en los cañaverales donde los vigías de Gondor
montan guardia, hacia el norte, bajo las cascadas del Entaguas; el otro lo
encontró girando en la corriente un hombre que cumplía una misión en las aguas
del río. Extrañas coincidencias, pero tarde o temprano el crimen siempre sale a
la luz, se dice.
» Y el cuerno del primogénito yace ahora, partido en dos, sobre las rodillas de
Denethor, que en el alto sitial aún espera noticias. ¿Y tú nada puedes decirme de
cómo quebraron el cuerno?
—No, yo nada sabía —dijo Frodo—, pero el día que lo oíste sonar, si tu
cuenta es exacta, fue el de nuestra partida, el mismo en que mi sirviente y yo nos
separamos de los otros. Y ahora tu relato me llena de temores. Pues si Boromir
estaba entonces en peligro y fue muerto, puedo temer que mis otros compañeros
también hayan perecido. Y ellos eran mis amigos y mis parientes.
» ¿No querrás desechar las dudas que abrigas sobre mí y dejarme partir?
Estoy fatigado, cargado de penas, y tengo miedo de no llevar a cabo la empresa
o intentarla al menos, antes que me maten a mí también. Y más necesaria es la
prisa si nosotros, dos medianos, somos todo lo que queda de la comunidad.
» Vuelve a tu tierra, Faramir, valiente Capitán de Gondor, y defiende tu
ciudad mientras puedas, y déjame partir hacia donde me lleve mi destino.
—No hay consuelo posible para mí en esta conversación —dijo Faramir—;
pero a ti te despierta sin duda demasiados temores. A menos que hayan llegado a
él los de Lorien, ¿quién habrá ataviado a Boromir para los funerales? No los orcos
ni los servidores del Sin Nombre. Algunos miembros de vuestra Compañía han de
vivir aún, presumo.
» Mas, sea lo que fuere lo que haya sucedido en la Frontera del Norte, de ti,
Frodo, no dudo más. Si días crueles me han inclinado a erigirme de algún modo
en juez de las palabras y los rostros de los hombres, puedo ahora aventurar una
opinión sobre los medianos. Sin embargo —y sonrió al decir esto—, noto algo
extraño en ti, Frodo, un aire élfico, tal vez. Pero en las palabras que hemos
cambiado hay mucho más de lo que yo pensé al principio. He de llevarte ahora a
Minas Tirith para que respondas a Denethor, y en justicia pagaré con mi vida si
la elección que ahora hiciera fuese nefasta para mi ciudad. No decidiré pues
precipitadamente lo que he de hacer. Sin embargo, saldremos de aquí sin más
demora.
Se levantó con presteza e impartió algunas órdenes: Al instante los hombres
que estaban reunidos alrededor de él se dividieron en pequeños grupos, y
partieron con distintos rumbos, y no tardaron en desaparecer entre las sombras
de las rocas y los árboles. Pronto sólo quedaron allí Mablung y Damrod.
—Ahora vosotros, Frodo y Samsagaz, vendréis conmigo y con mis guardias