Page 739 - El Señor de los Anillos
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—dijo Faramir—. No podéis continuar vuestro camino rumbo al sur, si tal era
vuestra intención. Será peligroso durante algunos días, y lo vigilarán más
estrechamente después de esta refriega. De todos modos, tampoco podríais llegar
muy lejos hoy, me parece, puesto que estáis fatigados. También nosotros. Ahora
iremos a un lugar secreto, a menos de diez millas de aquí. Los orcos y los espías
del enemigo no lo han descubierto todavía, y si así no fuera, igualmente
podríamos resistir largo tiempo, aun contra muchos. Allí podremos estar y
descansar un rato, y vosotros también. Mañana por la mañana decidiré qué es lo
mejor que puedo hacer, tanto por mí como por vosotros.
No le quedaba a Frodo otra alternativa que la de resignarse a este pedido, o esta
orden. Parecía ser en todo caso una medida prudente por el momento, ya que
después de esta correría de los Hombres de Gondor, un viaje a Ithilien era más
peligroso que nunca.
Se pusieron en marcha inmediatamente: Mablung y Damrod un poco más
adelante, y Faramir con Frodo y Sam detrás. Bordeando la orilla opuesta de la
laguna en que se habían lavado los hobbits, cruzaron el río, escalaron una larga
barranca, y se internaron en los bosques de sombra verde que descendían hacia
el oeste. Mientras caminaban, tan rápidamente como podían ir los hobbits,
hablaban entre ellos en voz baja.
—Si interrumpí nuestra conversación —dijo Faramir— no fue sólo porque el
tiempo apremiaba, como me recordó maese Samsagaz, sino también porque
tocábamos asuntos que era mejor no discutir abiertamente delante de muchos
hombres. Por esa razón preferí volver al tema de mi hermano y dejar para otro
momento el Daño de Isildur. No has sido del todo franco conmigo, Frodo.
—No te dije ninguna mentira, y de la verdad, te he dicho cuanto podía decirte
—replicó Frodo.
—No te estoy acusando —dijo Faramir—. Hablaste con habilidad, en una
contingencia difícil, y con sabiduría, me pareció. Pero supe por ti, o adiviné, más
de lo que decían tus palabras. No estabas en buenos términos con Boromir, o no
os separasteis como amigos. Tú y también maese Samsagaz, guardáis, lo adivino,
algún resentimiento. Yo lo amaba, sí, entrañablemente, y vengaría su muerte con
alegría, pero lo conocía bien. El Daño de Isildur… me aventuro a decir que el
Daño de Isildur se interpuso entre vosotros y fue motivo de discordias. Parece
ser, a todas luces, un legado de importancia extraordinaria, y esas cosas no
ayudan a la paz entre los confederados, si hemos de dar crédito a lo que cuentan
las leyendas. ¿No me estoy acercando al blanco?
—Cerca estás —dijo Frodo—, mas no en el blanco mismo. No hubo
discordias en nuestra Compañía, aunque sí dudas; dudas acerca de qué rumbo
habríamos de tomar luego de Emyn Muil. Sea como fuere, las antiguas leyendas
también advierten sobre el peligro de las palabras temerarias, cuando se trata de