Page 740 - El Señor de los Anillos
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cuestiones tales como… herencias.
—Ah, entonces era lo que yo pensaba: tu desavenencia fue sólo con Boromir.
El deseaba que el objeto fuese llevado a Minas Tirith. ¡Ay! Un destino injusto que
sella los labios de quien lo viera por última vez me impide enterarme de lo que
tanto quisiera saber: lo que guardaba en el corazón y el pensamiento en sus
últimas horas. Que haya o no cometido un error, de algo estoy seguro: murió con
ventura, cumpliendo una noble misión. Tenía el rostro más hermoso aún que en
vida.
» Pero Frodo, te acosé con dureza al principio a propósito del Daño de Isildur.
Perdóname. ¡No era prudente en aquel lugar y en tales circunstancias! No había
tenido tiempo para reflexionar. Acabábamos de librar un violento combate, y
tenía la mente ocupada con demasiadas cosas. Pero en el momento mismo en
que hablaba contigo, me iba acercando al blanco, y deliberadamente dispersaba
mis flechas. Pues has de saber que entre los gobernantes de esa ciudad se
conserva aún buena parte de la antigua sabiduría, que no se ha difundido más allá
de las fronteras. Nosotros, los de mi casa, no pertenecemos a la dinastía de
Elendil, aunque la sangre de Númenor corre por nuestras venas. Mi dinastía se
remonta hasta Mardil, el buen senescal, que gobernó en el lugar del rey, cuando
éste partió para la guerra. Era el Rey Eárnur, último de la dinastía de Anárion,
pues no tenía hijos, y nunca regresó. Desde ese día el senescal reinó en la ciudad,
aunque hace de esto muchas generaciones de hombres.
» Y una cosa recuerdo de Boromir cuando era niño, y juntos aprendíamos las
leyendas de nuestros antepasados y la historia de la ciudad: siempre le disgustaba
que su padre no fuera rey. "¿Cuántos centenares de años han de pasar para que
un senescal se convierta en rey, si el rey no regresa?", preguntaba. "Pocos años,
tal vez, en casas de menor realeza", le respondía mi padre. "En Gondor no
bastarían diez mil años." ¡Ay! pobre Boromir. ¿Esto no te dice algo de él?
—Sí —dijo Frodo—. Sin embargo siempre trató a Aragorn con honor.
—No lo dudo —dijo Faramir—. Si estaba convencido, como dices, de que las
pretensiones de Aragorn eran legítimas, ha de haberlo reverenciado. Pero no
había llegado aún el momento decisivo: no habían ido aún a Minas Tirith, ni se
habían convertido aún en rivales en las guerras de la ciudad.
» Pero me estoy alejando del tema. Nosotros, los de la casa de Denethor,
tenemos por tradición un conocimiento profundo de la antigua sabiduría; y en
nuestros cofres conservamos además muchos tesoros: libros y tabletas escritos en
caracteres diversos sobre pergamino, sí, y sobre piedra y sobre láminas de plata
y de oro. Hay algunos que nadie puede leer; en cuanto a los demás, pocos son los
que logran alguna vez entenderlos. Yo los sé descifrar, un poco, pues he sido
iniciado. Son los archivos que nos trajo el Peregrino Gris. Yo lo vi por primera
vez cuando era niño y ha vuelto dos o tres veces desde entonces.
—¡El Peregrino Gris! —exclamó Frodo—. ¿Tenía un nombre?