Page 742 - El Señor de los Anillos
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siempre soñando con la victoria de Minas Tirith (y con su propia gloria) haya
      deseado  poseerlo  y  se  sintiera  atraído  por  él.  ¡Por  qué  habrá  partido  en  esa
      búsqueda funesta! Yo habría sido elegido por mi padre y los ancianos, pero él se
      adelantó, por ser el mayor y el más osado (lo cual era verdad), y no escuchó
      razones.
        » ¡Pero  no  temas!  Yo  no  me  apoderaría  de  esa  cosa  ni  aun  cuando  la
      encontrase tirada a la orilla del camino. Ni aunque Minas Tirith cayera en ruinas,
      y sólo yo pudiera salvarla, así, utilizando el arma del Señor Oscuro para bien de
      la  ciudad,  y  para  mi  gloria.  No,  no  deseo  semejantes  triunfos,  Frodo  hijo  de
      Drogo.
        —Tampoco los deseaba el Concilio —dijo Frodo—. Ni yo. Quisiera no saber
      nada de esos asuntos.
        —Por  mi  parte  —dijo  Faramir—  quisiera  ver  el  Árbol  Blanco  de  nuevo
      florecido en las cortes de los reyes, y el retorno de la Corona de Plata, y que
      Minas Tirith viva en paz: Minas Anor otra vez como antaño, plena de luz, alta y
      radiante, hermosa como una reina entre otras reinas: no señora de una legión de
      esclavos,  ni  aun  ama  benévola  de  esclavos  voluntarios.  Guerra  ha  de  haber
      mientras tengamos que defendernos de la maldad de un poder destructor que nos
      devoraría a todos; pero yo no amo la espada porque tiene filo, ni la flecha porque
      vuela, ni al guerrero porque ha ganado la gloria. Sólo amo lo que ellos defienden:
      la ciudad de los Hombres de Númenor; y quisiera que otros la amasen por sus
      recuerdos, por su antigüedad, por su belleza y por la sabiduría que hoy posee.
      Que no la teman, sino como acaso temen los hombres la dignidad de un hombre,
      viejo y sabio.
        » ¡Así pues, no me temas! No pido que me digas más. Ni siquiera pido que
      digas si me he acercado a la verdad. Pero si quieres confiar en mí, podría tal vez
      aconsejarte y hasta ayudarte a cumplir tu misión, cualquiera que ella sea.
        Frodo no respondió. A punto estuvo de ceder al deseo de ayuda y de consejo,
      de confiarle a este hombre joven y grave, cuyas palabras parecían tan sabias y
      tan hermosas, todo cuanto pesaba sobre él. Pero algo lo retuvo. Tenía el corazón
      abrumado  de  temor  y  tristeza:  si  él  y  Sam  eran  en  verdad,  como  parecía
      probable, todo cuanto quedaba ahora de los Nueve Caminantes, entonces sólo él
      conocía el secreto de la misión. Más valía desconfiar de palabras inmerecidas
      que de palabras irreflexivas. Y el recuerdo de Boromir, del horrible cambio que
      había  producido  en  él  la  atracción  del  Anillo,  estaba  muy  presente  en  su
      memoria, mientras miraba a Faramir y escuchaba su voz: eran distintos, sí, pero
      a la vez muy parecidos.
      Durante un rato continuaron caminando en silencio, deslizándose como sombras
      grises y verdes bajo la sombra de los árboles, sin hacer ningún ruido; en lo alto
      cantaban  muchos  pájaros,  y  el  sol  brillaba  en  la  bóveda  de  hojas  lustrosas  y
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