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                                  En aquel primer día en que Muad’Dib recorrió las calles de Arrakeen con su familia,
                                  alguna gente a lo largo del camino recordó las leyendas y las profecías y se aventuró a
                                  gritar: «¡Mahdi!». Pero su grito era más una pregunta que una afirmación, ya que sólo
                                  podían esperar que fuera aquél que les había sido anunciado como el Lisan-al-Gaib, la
                                  Voz del Otro Mundo. Y su atención era atraída también por la madre, porque habían
                                  oído decir que era una Bene Gesserit, y era evidente a sus ojos que era como el otro
                                  Lisan-al-Gaib.

                                                                Del Manual de Muad’Dib, por la PRINCESA IRULAN




           El Duque encontró a Thufir solo en la estancia de la esquina que le había señalado un
           guardia.  Se  oía  el  ruido  de  los  hombres  que  estaban  instalando  el  equipo  de

           comunicaciones  en  la  estancia  vecina,  pero  aquel  lugar  era  bastante  tranquilo.  El
           Duque miró a su alrededor mientras Hawat se levantaba de detrás de una mesa repleta
           de  papeles.  Era  una  estancia  de  paredes  verdes,  y  además  de  la  mesa  el  único

           mobiliario  eran  tres  sillas  a  suspensor  con  la  «H»  de  los  Harkonnen  disimulada
           apresuradamente con un toque de pintura.
               —Son sillas completamente seguras —dijo Hawat—. ¿Dónde está Paul, Señor?

               —Le he dejado en la sala de conferencias. Quiero que descanse un poco sin que
           nadie le moleste.
               Hawat asintió, avanzó hacia la puerta de la otra habitación y la cerró, ahogando

           así el ruido de la estática y los zumbidos electrónicos.
               —Thufir —dijo Leto—, los almacenes de especia Imperiales y de los Harkonnen
           atraen mi atención.

               —¿Mi Señor?
               El Duque frunció los labios.
               —Los almacenes son susceptibles de destrucción. —Alzó una mano para impedir

           a Hawat que hablara—. No, ignora las reservas del Emperador. Incluso él se alegraría
           secretamente si los Harkonnen se vieran en problemas. Y, ¿cómo podría protestar el
           Barón si resulta destruido algo que oficialmente no puede admitir que posee?

               Hawat agitó la cabeza.
               —Tenemos pocos hombres, Señor.
               —Usa algunos de los hombres de Idaho. Y quizá algunos de los Fremen verían

           con agrado un viaje fuera de este planeta. Una incursión sobre Giedi Prime… una
           diversión de este tipo comportaría seguras ventajas tácticas, Thufir.
               —Como deseéis, mi Señor. —Hawat se volvió, y el Duque notó el nerviosismo

           del anciano y pensó: Quizá sospecha que no tengo confianza en él. Debe saber que
           he recibido informes privados acerca de la presencia de traidores. Bien, será mejor
           calmar sus inquietudes inmediatamente.





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