Page 119 - Dune
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carente de agilidad y ritmo.
Al lado del hombre caminaba un joven con los mismos cabellos negros pero con
el rostro más redondeado. Parecía un poco pequeño para los quince años que Kynes
sabía que tenía. Pero el joven cuerpo emanaba un sentido de mando, una seguridad en
el porte, como si tuviera el poder de distinguir y reconocer a su alrededor muchas
cosas que eran invisibles para los demás. Llevaba el mismo tipo de capa que su padre,
aunque con una casual naturalidad que hacía pensar que la había llevado durante
mucho tiempo.
«El Mahdi conocerá cosas que los demás no sabrán ver», rezaba la profecía.
Kynes agitó la cabeza, diciéndose a si mismo: Tan sólo son hombres.
Junto a ellos dos, vestido también para el desierto, había alguien más a quien
Kynes reconoció: Gurney Halleck. Kynes respiró profundamente para calmar su
resentimiento hacia Halleck, que le había instruido acerca de cómo debía comportarse
con el Duque y el heredero ducal.
«Deberéis llamar al Duque “Señor” o “mi Señor”. “Noble Nacido” también es
correcto, pero usualmente está reservado a ocasiones más formales. El hijo debe ser
llamado “joven amo” o “mi Señor”. El duque es un hombre muy indulgente pero no
tolera la menor familiaridad».
Y Kynes pensó, mientras observaba cómo el grupo se acercaba: Pronto
aprenderán quién es el verdadero dueño en Arrakis. ¿Han ordenado a aquel Mentat
que me interrogue durante más de la mitad de la noche? ¿Esperan de mí que les guíe
a inspeccionar una explotación de especia? ¿Realmente?
La importancia de las preguntas de Hawat no se le había escapado a Kynes.
Querían las bases Imperiales. Era obvio que habían sido informados por Idaho acerca
de las mismas.
Ordenaré a Stilgar que envíe la cabeza de Idaho a su Duque, se dijo a sí mismo
Kynes.
El grupo ducal estaba ya a pocos pasos de él, con sus botas haciendo crujir la
arena bajo sus pasos.
Kynes se inclinó.
—Mi Señor, Duque.
Mientras se acercaban a la solitaria figura de pie junto al ornitóptero, Leto no
había dejado de estudiarla: alta, delgada, revestida con las amplias ropas del desierto,
destiltraje y botas bajas. El hombre había echado hacia atrás la capucha, y su velo
colgaba a un lado, revelando unos largos cabellos color arena y una corta barba. Sus
ojos eran inescrutables bajo sus espesas cejas, azul sobre azul. Rastros de manchas
negras marcaban aún sus párpados.
—Sois el ecólogo —dijo el Duque.
—Aquí preferimos el antiguo titulo, mi Señor —dijo Kynes—. Planetólogo.
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