Page 123 - Dune
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—Aquí es probable que el roce produzca irritación. En este caso, decídmelo y
apretaré un poco más.
—Gracias —dijo el Duque. Movió los hombros, mientras Kynes retrocedía, y se
sintió mucho más cómodo, notando que el traje estaba mejor ajustado y le irritaba
menos.
Kynes se volvió hacia Paul.
—Ahora vamos a por vos, joven.
Un hombre valiente, pensó el Duque. Pero deberá aprender a darnos nuestros
títulos.
Paul permaneció impasible mientras Kynes inspeccionaba sus ropas. Colocarse
aquel traje de brillante y crujiente superficie le había causado una extraña sensación.
En su consciencia sabía absolutamente que nunca antes de ahora se había enfundado
un destiltraje. Y sin embargo, cada movimiento mientras se lo ajustaba bajo la torpe
dirección de Gurney le había parecido natural e instintivo. Cuando había apretado el
pectoral para obtener la máxima acción de bombeo del movimiento respiratorio,
había sabido exactamente lo que estaba haciendo y para qué. Cuando había sujetado
las correas del cuello y la frente, apretándolas al máximo, había sabido que esto era
indispensable para evitar los roces.
Kynes se alzó y retrocedió con una expresión desconcertada.
—¿Habéis llevado ya un destiltraje antes de ahora? —preguntó.
—Esta es la primera vez.
—Entonces, ¿alguien os lo ha ajustado?
—No.
—Vuestras botas de desierto están puestas de modo que dejan libre juego a los
tobillos. ¿Quién os lo ha enseñado?
—Esto… me ha parecido que era el modo correcto de ponérmelas.
—Realmente lo es.
Y Kynes se frotó la barbilla, pensando en la leyenda: Conocerá vuestras
costumbres como si hubiera nacido entre vosotros.
—Estamos perdiendo el tiempo —dijo el Duque. Hizo un gesto en dirección al
tóptero que esperaba y avanzó hacia él, aceptando el saludo del guardia con una
inclinación. Subió a bordo, se aplicó el cinturón de seguridad, revisó los controles e
instrumentos. El aparato chirrió cuando los otros subieron a bordo.
Kynes ajustó su cinturón, observando el lujoso confort de la cabina: blando
tapizado gris verdoso, asientos mullidos, brillantes instrumentos, la sensación de
frescor del aire filtrado en el momento en que se cerraban las compuertas y los
ventiladores se ponían en marcha.
¡Tanta comodidad!, pensó.
—Todo a punto, Señor —dijo Halleck.
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