Page 125 - Dune
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—Los Harkonnen se han ido, vos habéis venido —dijo Kynes.
               —¿Y todo ha sido hecho como debía haber sido hecho? —preguntó Leto.
               Una momentánea tensión se dibujó en un músculo a lo largo de la mandíbula de

           Kynes.
               —Como planetólogo y Arbitro del Cambio dependo directamente del Imperio…
           mi Señor.

               El Duque sonrió sin alegría.
               —Pero ambos sabemos la realidad.
               —Debo recordaros que Su Majestad financia mi trabajo.

               —¿De veras? ¿Y cuál es vuestro trabajo?
               En  el  breve  silencio  que  siguió,  Paul  pensó:  Está  empujando  a  ese  Kynes
           demasiado aprisa. Paul miró a Halleck, pero el juglar guerrero estaba contemplando

           el desolado paisaje.
               —Por  supuesto  —dijo  Kynes  en  voz  muy  baja—,  os  estáis  refiriendo  a  mis

           trabajos de planetólogo.
               —Por supuesto.
               —Consisten principalmente en la biología y la botánica de las tierras áridas… un
           poco  de  geología,  perforaciones  de  la  corteza  y  algunos  experimentos.  Uno  nunca

           puede agotar las posibilidades de todo un planeta.
               —¿Realizáis también investigaciones acerca de la especia?

               Kynes se volvió, y Paul notó la dura línea del perfil del hombre.
               —Esta es una curiosa pregunta, mi Señor.
               —No  olvidéis,  Kynes,  que  este  es  ahora  mi  feudo.  Mis  métodos  difieren  de
           aquellos  de  los  Harkonnen.  No  me  importa  que  estudiéis  la  especia,  siempre  que

           compartáis  conmigo  los  resultados.  —Observó  fijamente  al  planetólogo—.  Los
           Harkonnen no estimulaban las investigaciones acerca de la especia, ¿no es cierto?

               Kynes le miró a su vez, sin responder.
               —Podéis hablar abiertamente —dijo el Duque—, sin ningún temor por vuestra
           vida.
               —La  Corte  Imperial  está  ciertamente  muy  lejos  —murmuro  Kynes.  Y  pensó:

           ¿Qué está esperando este invasor repleto de agua? ¿Me cree tan estúpido como para
           ponerme a su servicio?

               El Duque emitió una risita, dirigiendo toda su atención al rumbo.
               —Detecto una nota de amargura en vuestra voz, señor. Nos hemos precipitado
           sobre este mundo con nuestra pandilla de asesinos domesticados, ¿no es cierto? Y

           esperamos haceros admitir inmediatamente que somos distintos de los Harkonnen.
               —He  leído  la  propaganda  con  que  habéis  inundado  sietch  y  poblados  —dijo
           Kynes—. ¡Amad al buen Duque! Vuestros cuerpos de…

               —¡Tened cuidado! —aulló Halleck. Había desviado su atención de la ventana,




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