Page 121 - Dune
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Leto le hizo su gesto personal indicándole que se callara, y dijo:
—Somos nuevos aquí, Gurney. Debemos hacer concesiones.
—Como deseéis, Señor.
—Os quedamos muy reconocidos, doctor Kynes —dijo Leto—. Esos trajes y
vuestra consideración acerca de nuestra seguridad no serán olvidados.
Impulsivamente, Paul citó un párrafo de la Biblia Católica Naranja:
—«El regalo es la bendición de quien lo hace» —dijo.
Las palabras resonaron fuertemente en el quieto aire. Los Fremen que Kynes
había dejado a la sombra del edificio administrativo se pusieron de pie y murmuraron
excitados. Uno de ellos dijo en voz alta:
—¡Lisan al-Gaib!
Kynes se volvió bruscamente e hizo un gesto imperativo con la mano. Dos
guardias retrocedieron, murmurando entre sí, y se cobijaron de nuevo en la sombra
del edificio.
—Muy interesante —dijo Leto.
Kynes dejó resbalar su dura mirada del Duque a Paul, y dijo:
—Muchos de los nativos del desierto son supersticiosos. No les prestéis atención.
No os quieren ningún mal —pero pensó en las palabras de la leyenda: «Te darán la
bienvenida con las Palabras Sagradas y tus regalos serán una bendición».
El juicio de Leto sobre Kynes, basado en parte en el breve informe verbal de
Hawat (precavido y muy suspicaz), cristalizó súbitamente: el hombre era Fremen.
Kynes había venido a ellos con una escolta Fremen, lo cual podía significar
simplemente que los Fremen estaban sometiendo a prueba su nueva libertad de entrar
en las áreas urbanas… aunque la escolta parecía más bien una guardia de honor. Y
por sus maneras, Kynes parecía un hombre orgulloso, habituado a la libertad, con su
lenguaje y sus modales sujetos tan sólo por su propia suspicacia. La observación de
Paul había sido directa y pertinente.
Kynes se había convertido en un nativo.
—¿No deberíamos partir, Señor? —preguntó Halleck.
El Duque asintió.
—Yo pilotaré mi propio tóptero. Kynes puede sentarse delante, junto a mí, para
guiarme. Tú y Paul os colocaréis en los asientos de atrás.
—Un momento, por favor —dijo Kynes—. Con vuestro permiso, Señor, debo
controlar la seguridad de vuestros trajes.
El Duque fue a decir algo, pero Kynes insistió:
—Me preocupo por mi piel tanto como por la vuestra… mi Señor. Sé
perfectamente qué garganta sería cercenada si os ocurriera algo mientras estáis a mi
cuidado.
El Duque frunció el ceño, pensando: ¡Vaya momento delicado! Si rehúso, puedo
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