Page 156 - Dune
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—Apenas habéis tocado vuestra comida, querida —dijo—. ¿Deseáis ordenar
alguna otra cosa especial?
La mujer miró al fabricante de destiltrajes antes de responder.
—No tengo mucha hambre —dijo.
Bruscamente, el Duque se puso en pie al lado del soldado, y habló con un duro
tono de mando:
—Que todo el mundo siga sentado. Ruego disculpas, pero hay algo que requiere
mi atención personal. —Se apartó de la mesa—. Paul, toma mi lugar como anfitrión,
por favor.
Paul se alzó, deseando preguntarle a su padre por qué razones tenía que
ausentarse, pero sabiendo que tenía que actuar de acuerdo con las circunstancias. Se
dirigió a la silla de su padre y ocupó su lugar.
El Duque se volvió entonces hacia el lugar donde estaba Halleck.
—Gurney, por favor, ocupa el lugar de Paul en la mesa. Debemos seguir siendo
un número par. Cuando la comida haya terminado, es probable que te pida que
conduzcas a Paul al puesto de mando. Permanece atento a mi llamada.
Halleck surgió de donde estaba, fuera de la vista de los demás. Iba vestido de
uniforme, y destacaba de un modo incongruente con el refinamiento de las ropas de
los demás invitados. Apoyó su baliset en la pared, avanzó hacia la silla que había
ocupado Paul y se sentó en ella.
—No hay motivo de alarma —dijo el Duque—, pero debo rogar que nadie
abandone nuestra casa hasta que mis guardias avisen que no hay peligro. La
seguridad es absoluta aquí, y garantizo que este pequeño inconveniente será
solucionado de inmediato.
Paul captó las palabras en código del mensaje de su padre: guardias… peligro…
seguridad… de inmediato. El problema era seguridad, no violencia. Observó que
también su madre había leído el mismo mensaje. Ambos se relajaron.
El Duque hizo una última breve inclinación de cabeza, se volvió y salió por la
puerta de servicio seguido por el soldado.
—Por favor, continuemos con la comida —dijo Paul—. Creo que el doctor Kynes
estaba hablando de agua.
—¿Podríamos hablar de ello en otra ocasión? —preguntó Kynes.
—Por supuesto —dijo Paul.
Y Jessica notó con orgullo la dignidad de su hijo, su madura seguridad en sí
mismo.
El banquero tomó su jarra de agua e hizo un gesto hacia Bewt con ella.
—Ninguno de nosotros puede superar al Maestro Lingar Bewt en la floritura de
sus frases. Uno casi podría suponer que aspira al estatus de las Grandes Casas.
Vamos, Maestro Bewt, proponed un brindis.
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