Page 180 - Dune
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Jessica apartó de sí el recuerdo del terror. Debo permanecer tranquila, alerta y
preparada. Podría presentarse una única oportunidad. Se obligó nuevamente a
mantener su calma.
Los latidos de su corazón se hicieron más lentos y regulares, marcando tiempo.
Contó hacia atrás. He permanecido inconsciente cerca de una hora. Cerró sus ojos,
concentró su atención en los pasos que se acercaban.
Cuatro personas.
Analizó las diferencias de sus pasos.
Debo fingir que sigo inconsciente. Se relajó en el frío suelo, probando las
reacciones de su cuerpo. Oyó abrirse una puerta. A través de sus párpados cerrados
percibió un aumento en la intensidad luminosa.
Pasos acercándose: alguien inclinándose junto a ella.
—Estáis despierta —dijo una voz de bajo—. No finjáis.
Abrió los ojos.
El Barón Vladimir Harkonnen se erguía junto a ella. A su alrededor, reconoció la
habitación del sótano donde había dormido Paul, vio la cama a un lado… vacía. Unos
guardias penetraron con lámparas a suspensor y las distribuyeron junto a la abierta
puerta. En el corredor, más allá, había una luz tan intensa que le hizo daño a los ojos.
Miró al Barón. Llevaba una capa amarilla deformada por los suspensores
portátiles. Sus gruesas mejillas de querubín estaban coronadas por dos ojos negros
parecidos a los de una araña.
¿Cómo es posible?, pensó. Tendrían que conocer mi peso exacto, mi
metabolismo, mi… ¡Yueh!
—Es una lástima que debáis permanecer inmovilizada —dijo el Barón—.
Hubiéramos sostenido una interesante conversación.
Yueh es el único que puede haberlo hecho, pensó. ¿Pero cómo?
El Barón echó una ojeada a su espalda, hacia la puerta.
—Entra, Piter.
Jessica no había visto nunca al hombre que entró en aquel momento y se situó
junto al Barón, pero su rostro le era conocido… y su nombre: Piter de Vries, el
Mentat-Asesino. Lo estudió: facciones de halcón, ojos azul oscuro que sugerían que
era nativo de Arrakis, pero las sutiles diferencias en sus gestos y en sus movimientos
lo desmentían. Su carne estaba demasiado llena de agua. Era alto, delgado, y
vagamente afeminado.
—Es un pecado que no pueda conversar con vos, mi querida Dama Jessica —dijo
el Barón—. De todos modos, estamos al corriente de vuestras habilidades. —Miró al
Mentat—. ¿No es así, Piter?
—Exactamente como lo decís, Barón —dijo el hombre.
Su voz era de tenor. Jessica sintió un toque de helor en su espina dorsal. Nunca
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