Page 177 - Dune
P. 177
que es imposible cualquier ataque por vuestra parte. Y vos estaréis, efectivamente,
drogado e inmovilizado. Pero un ataque puede asumir las formas más extrañas. Y vos
recordaréis el diente.
El viejo doctor se inclinó más y más hacia su rostro, y su caído bigote dominó el
ofuscado campo de visión de Leto.
—El diente —murmuró Yueh.
—¿Por qué? —jadeó Leto.
Yueh apoyó una rodilla en el suelo, al lado del Duque.
—He concluido un pacto de shaitán con el Barón. Y debo asegurarme de que ha
cumplido su parte. Cuando le vea, lo sabré. Cuando mire al Barón, entonces sabré.
Pero no puedo presentarme a él sin haber pagado el precio. Vos sois el precio, mi
pobre Duque. Y cuando le vea lo sabré. Mi pobre Wanna me ha enseñado muchas
cosas, y una de ellas es la certeza de la verdad cuando la tensión es grande. No
siempre puedo hacerlo, pero cuando vea al Barón… entonces sabré.
Leto intentó ver el diente en la palma de la mano de Yueh. Todo aquello era una
pesadilla… no podía ser real.
—Yo no conseguiré acercarme al Barón, de otro modo lo hubiera hecho yo
mismo. No, él permanecerá a prudente distancia. Pero vos… ¡ah, vos, mi adorada
arma! Querrá veros muy de cerca… para reírse de vos, para gozar un poco con vos.
Leto estaba casi hipnotizado por un músculo en el lado izquierdo de la mandíbula
de Yueh. El músculo se contraía cada vez que el hombre hablaba.
El doctor se acercó aún más.
—Y vos, mi buen Duque, mi precioso Duque, debéis recordar este diente —se lo
mostró, sujetándolo entre el índice y el pulgar—. Será todo lo que quedará de vos.
La boca de Leto se movió sin que ningún sonido surgiera de ella.
—Rehúso —dijo al fin.
—¡Oh, no! No podéis rehusar. Porque, a cambio de este pequeño servicio, voy a
hacer algo por vos. Voy a salvar a vuestro hijo y a vuestra mujer. Nadie más que yo
puede hacerlo. Serán conducidos a un lugar donde ningún Harkonnen podrá
alcanzarles.
—¿Cómo… pueden… ser… salvados? —susurró Leto.
—Haciendo creer que han muerto, y llevándoles secretamente con gente que
sacan un cuchillo al solo nombre de los Harkonnen, que odian a los Harkonnen hasta
el punto que quemarían las sillas donde se ha sentado un Harkonnen o esparcirían la
sal por donde ha caminado un Harkonnen. —Tocó la mandíbula de Leto—. ¿Sentís
algo en vuestra mandíbula?
El Duque descubrió que no podía contestar. Sintió una lejana sensación de tirón, y
vio a Yueh sujetando en su mano el anillo ducal.
—Para Paul —dijo Yueh—. Ahora entraréis en la inconsciencia. Adiós, mi pobre
www.lectulandia.com - Página 177