Page 289 - Dune
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bocanada de agua reciclada. Jessica centró su atención en aquel acto, pero su mente
           aún inmovilizada por la fatiga y el terror estaba como vacía.
               —¿Se ha ido realmente? —jadeó.

               —Alguien lo ha llamado —dijo Paul—. Los Fremen.
               Ella notó que sus fuerzas iban regresando.
               —¡Era tan grande!

               —No tan grande como el que devoró nuestro tóptero.
               —¿Estás seguro de que eran los Fremen?
               —Han usado un martilleador.

               —¿Por qué acudirían en nuestra ayuda?
               —Quizá no lo han hecho para ayudarnos. Quizá tan sólo han querido llamar al
           gusano.

               —¿Para qué? Había una respuesta en el umbral de su consciencia, pero rehusaba
           surgir. En su mente hubo la visión de algo que estaba en relación con aquellas barras

           telescópicas llenas de garfios que había en su mochila… los «garfios de doma».
               —¿Por  qué  llamarían  a  un  gusano?  —insistió  Jessica.  Un  estremecimiento  de
           miedo rozó la mente de Paul, y se obligó a apartar los ojos de su madre y fijarlos en
           el farallón.

               —Será mejor encontrar un paso antes del día. —Señaló con el dedo—. Aquellas
           estacas que hemos pasado… aquí hay más.

               Ella miró, siguiendo la dirección de su mano, y vio las estacas, señales rocosas
           corroídas  por  el  viento,  que  se  destacaban  a  la  sombra  de  una  estrecha  cornisa,
           curvándose después en el interior de una hendidura muy por encima de ellos.
               —Han marcado un camino a lo largo del farallón —dijo Paul. Aseguró la mochila

           en sus hombros, cruzó hasta la cornisa e inició la ascensión.
               Jessica aguardó un instante, relajándose, recuperando fuerzas; luego le siguió.

               Comenzaron  a  subir,  siguiendo  las  señales  indicadoras  hasta  que  la  cornisa  se
           redujo a un estrecho borde rocoso en la embocadura de una tenebrosa grieta.
               Paul inclinó la cabeza para sondear la oscuridad. Tenía consciencia de lo precario
           de su situación sobre el delgado borde rocoso, pero se obligó a sí mismo a ser lento y

           prudente.  Dentro  de  la  hendidura  sólo  vio  tinieblas.  Se  extendía  hacia  arriba,
           abriéndose sobre un cielo estrellado. Tendió el oído, oyendo únicamente los sonidos

           esperados: el susurro de la arena cayendo, el brrr de un insecto, el ruido de las patas
           de  algún  animalillo  corriendo.  Tanteó  la  oscuridad  de  la  hendidura  con  un  pie,
           notando la roca bajo la delgada capa de granulada arena. Lentamente, giró el ángulo,

           haciendo señas a su madre de que le siguiera. La cogió por un pliegue de su ropa,
           ayudándola a llegar hasta allí.
               Levantaron los ojos hacia la luz de las estrellas enmarcadas por las dos paredes

           rocosas. Paul distinguió a su madre junto a él como una forma gris y nebulosa.




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