Page 290 - Dune
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—Si al menos pudiéramos arriesgarnos a encender una luz —dijo.
               Paul  avanzó  un  paso,  aseguró  su  peso  y  exploró  el  terreno  con  el  otro  pie,
           encontrando  un  obstáculo.  Alzó  el  pie,  descubriendo  un  peldaño,  y  lo  subió.  Se

           volvió, tomó el brazo de su madre y la ayudó a avanzar tirando de su ropa.
               Otro paso.
               —Creo que sube hasta arriba —susurró.

               Peldaños bajos y regulares, pensó Jessica. Sin duda tallados por el hombre.
               Siguió los imprecisos movimientos del avance de Paul, peldaño a peldaño. Las
           paredes rocosas se juntaron hasta casi rozarle los hombros. Los peldaños se acabaron

           en una estrecha garganta de unos veinte metros de ancho y fondo plano, que se abría
           a su vez sobre una depresión poco profunda bañada por la luz de la luna.
               Paul se detuvo al borde de la depresión.

               —Qué maravilloso lugar —murmuró.
               Jessica,  desde  su  posición  detrás  de  él,  sólo  pudo  asentir  en  silencio  mientras

           miraba.
               Pese a su fatiga, la irritación causada por los tubos y los tampones de la nariz y el
           confinamiento en el destiltraje, pese al miedo y al deseo casi doloroso de descansar,
           la  belleza  de  aquella  depresión  cautivó  sus  sentidos  obligándola  a  detenerse  y

           admirarlo.
               —Parece el país de las hadas —murmuró Paul.

               Jessica asintió.
               Ante  ellos  se  extendía  la  vegetación  del  desierto:  arbustos,  cactus,  matojos  de
           hojas coriáceas… todo ello vibrando a la luz de la luna. Las paredes que circundaban
           la depresión eran oscuras a su izquierda, pero resplandecían como plata a su derecha.

               —Debe ser un lugar Fremen —dijo Paul.
               —Tiene que haber hombres aquí para que estas plantas sobrevivan —asintió ella.

           Abrió  el  tubo  del  bolsillo  de  recuperación  de  su  destiltraje  y  sorbió.  Un  líquido
           caliente  y  ligeramente  ácido  penetró  en  su  garganta,  pero  la  refrescó.  Colocó
           nuevamente el obturador del tubo, sintiendo el chirrido de los granos de arena.
               Un  movimiento  atrajo  la  atención  de  Paul:  a  su  derecha  y  al  fondo  de  la

           depresión, entre los arbustos y la hierba, había una superficie arenosa, parcialmente
           iluminada por la luna, donde se agitaba algo con un arriba-hop, salta, hey-hop.

               —¡Ratones! —exclamó Paul.
               ¡Hey-hop-hop!, salían y entraban en las sombras.
               Algo  se  abatió  fulmínea  y  silenciosamente  sobre  los  ratones.  Se  oyó  un  leve

           chillido,  un  batir  de  alas,  y  un  pájaro  gris  y  fantasmagórico  atravesó  volando  la
           depresión con una sombra pequeña y oscura entre sus garras.
               Tenemos que tener en cuenta esto, pensó Jessica.

               Paul seguía observando la depresión. Inhaló, sintiendo el intenso perfume de la




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