Page 293 - Dune
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Se daba cuenta de que estaba en el umbral del delirio, de que tenía que hundirse
en la arena, meterse en ella hasta encontrar un estrato profundo relativamente más
frío y enterrar su cuerpo. Pero notó el olor dulzón, rancio, de una bolsa de preespecia
en algún punto bajo la arena. Conocía el peligro que aquello representaba, lo conocía
mejor que cualquier otro Fremen. Si el olor de la bolsa llegaba hasta él, esto
significaba que los gases, en las profundidades de la arena, habían alcanzado una
presión muy próxima a la explosión. Debía alejarse rápidamente.
Sus manos se engarfiaron en la arena, intentando arrastrarse a lo largo de la
superficie de la duna.
Un pensamiento se formó en su mente… claro, preciso: La riqueza real de un
planeta está en sus paisajes, en el papel que jugamos nosotros en esta fuente
primordial de civilización… la agricultura.
Y pensó en lo extraño que resultaba que la mente, fijada largo tiempo en una
única dirección, fuera incapaz de cambiar ésta. Los Harkonnen le habían abandonado
allí sin agua ni destiltraje, pensando que un gusano se encargaría de él, si no lo hacía
el desierto. Habían encontrado divertido dejarle vivo allí, para que muriera
lentamente en las impersonales manos de su planeta.
Los Harkonnen siempre han encontrado difícil matar a los Fremen, pensó. No
morimos fácilmente. En este momento yo debería estar muerto… lo estaré muy
pronto… pero no puedo impedir ser aún un ecólogo…
—La más alta función de la ecología es la comprensión de las consecuencias.
La voz le hizo estremecer, porque pertenecía a alguien que estaba muerto. Era la
voz de su padre, que había sido planetólogo allí antes que él… su padre, muerto hacía
mucho, en el hundimiento de la depresión de Yeso.
—Te has metido en un buen lío, hijo —dijo su padre—. Deberías haber
comprendido las consecuencias de tu acción cuando ayudaste al hijo de ese Duque.
¡Estoy delirando!, pensó Kynes.
La voz parecía provenir de su derecha. Kynes volvió la cabeza, hundiendo el
rostro en la arena para mirar en aquella dirección… pero no había nada excepto la
ondulada extensión de las dunas que parecían bailar con el infernal calor del desierto.
—Cuanta más vida hay en un sistema, mayor es la cantidad de nichos que existen
para preservar esta vida —dijo su padre. Y la voz surgía ahora de su izquierda, tras él.
¿Por qué continúa moviéndose a mi alrededor?, se preguntó Kynes. ¿No quiere
que le vea?
—La vida aumenta la capacidad de un ambiente para sostener la vida —dijo su
padre—. La vida aumenta la disponibilidad de sustancias nutritivas. Infunde más
energía al sistema gracias a los enormes intercambios químicos que se producen de
organismo a organismo.
¿Por qué insiste en repetir siempre el mismo argumento?, se preguntó Kynes.
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