Page 292 - Dune
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                                  Esta adaptación religiosa de los Fremen es, pues, la fuente de lo que ahora reconocemos
                                  como  «Los  Pilares  del  Universo»,  de  los  cuales  los  Qizara  Tafwid  son  los
                                  representantes entre nosotros, con los signos y las pruebas y las profecías. Ellos nos
                                  aportan  esta  fusión  mística  arrakena  cuya  profunda  belleza  está  tipificada  por  la
                                  conmovedora música compuesta sobre antiguas formas, pero marcada por este nuevo
                                  despertar.  ¿Quién  no  ha  oído,  sin  sentirse  profundamente  conmovido,  el  Himno  al
                                  Hombre Viejo?:


                                  Mis pies han hollado un desierto
                                  Habitado por ondeantes espejismos.
                                  Voraz de gloria, ávido de peligro,
                                  He recorrido los horizontes de al-Kulab,
                                  Viendo al tiempo nivelar las montañas
                                  En su búsqueda y en su hambre de mí.
                                  Y he visto los gorriones acercarse rápidos,
                                  Tan osados como un lobo al ataque.
                                  Se han dispersado por el árbol de mi juventud.
                                  He oído su multitud en mis ramas.
                                  ¡Y he conocido sus picos y sus garras!

                                                               De El despertar de Arrakis, por la PRINCESA IRULAN



           El  hombre  se  arrastró  sobre  la  cresta  de  una  duna.  Era  apenas  una  mota  que  se

           confundía con la arena en el resplandor del sol de mediodía. Iba vestido tan sólo con
           los restos de una capa jubba, su carne desnuda mordida por las ardientes ráfagas. La

           capucha había sido arrancada de la capa, pero el hombre se había confeccionado con
           un jirón de ésta un turbante. Mechones de cabellos color arena surgían por debajo de
           él, conjuntándose con su enredada barba y sus gruesas cejas. Bajo sus ojos totalmente
           azules, restos de una mancha oscura ensombrecían sus mejillas. Un aplastamiento en

           su  bigote  y  su  barba  revelaban  el  lugar  donde  había  estado  un  tubo  de  destiltraje
           yendo de su nariz a sus bolsillos de recuperación.

               El hombre se detuvo en la cima de la duna, con los brazos extendidos hacia la otra
           vertiente. La sangre se había coagulado en su espalda, brazos y piernas. Costras de
           arena amarillo grisácea se habían formado sobre sus heridas. Lentamente, colocó sus

           manos debajo de él, se empujó hacia arriba, y consiguió ponerse vacilantemente en
           pie. Aunque extenuado, sus movimientos conservaban todavía una cierta precisión.
               —Soy  Liet-Kynes  —dijo,  hablando  para  sí  mismo  y  dirigiéndose  al  vacío

           horizonte, con su voz convertida en una ronca caricatura de su antigua fuerza—, soy
           el Planetólogo de su Majestad Imperial —jadeó—, el ecólogo planetario de Arrakis.
           El servidor de este lugar.

               Se  tambaleó,  cayó  sobre  el  lado  de  la  duna  expuesto  al  viento.  Sus  manos
           excavaron débilmente la arena.
               Soy el servidor de esta arena, pensó.



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