Page 315 - Dune
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—Quisiera poner fin a todo esto —dijo Stilgar—. Quisiera ser tu amigo… y
ofrecerte mi confianza. Me gustaría que naciera entre nosotros ese respeto que crece
en el pecho sin exigir la mezcla de sexos.
—Comprendo —dijo ella.
—¿Tienes confianza en mí?
—Siento que eres sincero.
—Entre nosotros —dijo él—, las Sayyadina, cuando no representan la autoridad
oficial, tienen derecho a un lugar de honor. Enseñan. Mantienen la potencia de Dios
entre nosotros —se tocó el pecho.
Este es el momento de aclarar el misterio de su Reverenda Madre, pensó Jessica.
Dijo:
—Has hablado de vuestra Reverenda Madre… y he oído alusiones a leyendas y
profecías.
—Se ha dicho que una Bene Gesserit y su hijo detentan la llave de nuestro futuro
—dijo él.
—¿Crees que yo sea esa Bene Gesserit?
Observó el rostro del hombre, pensando: El brote joven muere muy fácilmente.
Los inicios son siempre tiempos de gran peligro.
—No lo sabemos —dijo él.
Ella asintió, pensando: Es un hombre honrado. Quiere un signo de mí pero no
influenciará al destino dándome él este signo.
Jessica volvió la cabeza y miró a través de la hendidura hacia las sombras
doradas, las sombras púrpuras, la vibración del polvoriento aire de la depresión. Su
mente fue repentinamente invadida por una prudencia felina. Conocía el canto de la
Missionaria Protectiva, sabía cómo adaptar las técnicas de la leyenda y del miedo
para sus necesidades más inmediatas, pero captó que en aquel lugar se habían
producido cambios… como si alguien hubiera venido entre aquellos Fremen y se
hubiera servido para sus propias necesidades de la impronta dejada por la Missionaria
Protectiva.
Stilgar carraspeó.
Jessica captó su impaciencia, comprendió que el día estaba avanzando y que los
hombres querían sellar aquella abertura. Era el tiempo de jugar audazmente, y fue
consciente de lo que necesitaba: algún dar al-hikman, alguna escuela de traducción
que le permitiera…
—Adab —susurró.
Su mente pareció replegarse de pronto sobre sí misma. Reconoció la sensación, y
su pulso se aceleró. Nada en todo el adiestramiento Bene Gesserit iba acompañado de
una señal como aquella. Podía ser tan sólo el adab, la memoria que se despertaba por
sí misma a la llamada. Se abandonó y dejó que las palabras surgieran de su boca.
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