Page 56 - Dune
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como una deshilachada decoración. Jessica sostenía aún uno de sus extremos con la
mano izquierda. Al lado de la pintura se hallaba la cabeza de un toro negro, montada
sobre una placa de madera pulida. La cabeza era una isla negra en un mar de papeles
arrugados. La placa estaba apoyada en el suelo, y el reluciente hocico del toro
apuntaba hacia el techo como si el animal se preparara a mugir su desafío a la
estancia llena de ecos.
Jessica se preguntaba qué cumpulsión le había empujado a desembalar aquellos
dos objetos en primer lugar… la cabeza y la pintura. Sabía que había algo simbólico
en aquella acción. Nunca, desde el día en que los enviados del Duque la habían
comprado en la escuela, se había sentido tan asustada e insegura.
La cabeza y el cuadro.
Acentuaban su confusión. Se estremeció, lanzando una mirada a las estrechas
ventanas sobre su cabeza. Era primera hora de la tarde, pero en aquella latitud el cielo
se veía negro y frío… mucho más oscuro que el cálido azul de Caladan. Sintió una
punzada de nostalgia por su mundo perdido.
Está tan lejos Caladan.
—¡Aquí estamos!
Era la voz del Duque Leto.
Se volvió, viéndolo avanzar a largos pasos bajo la inmensa bóveda de la entrada.
Su uniforme negro de trabajo con el rojo halcón heráldico en el pecho se veía sucio y
arrugado.
—Temía que te hubieses perdido en este horrible lugar —dijo.
—Es una casa fría —dijo ella. Miró su elevada estatura, su piel oscura que le
recordaba el verde de los olivos bajo un sol dorado reflejado en un agua azul. Había
como humo de leña en el gris de sus ojos, pero su rostro era el de un predador:
afilado, todo ángulos y facetas.
Un repentino miedo aferró su pecho. Se había vuelto tan salvaje, tan autoritario
desde que había decidido obedecer la orden del Emperador.
—Toda la ciudad parece fría —dijo ella.
—Es una pequeña, sucia y polvorienta ciudad de guarnición —admitió él—. Pero
cambiaremos eso. —Miró a su alrededor—. Esta es una sala reservada para actos
públicos y ceremonias de estado. Acabo de echar una ojeada a algunos de los
apartamentos familiares del ala sur. Son mucho más acogedores. —Se acercó a ella y
tocó su brazo, admirando su dignidad.
Y entonces se preguntó una vez más quiénes habrían sido sus desconocidos
progenitores… ¿una Casa renegada, quizá? ¿Miembros de la realeza caídos en
desgracia? Su majestad sugería sangre Imperial.
Bajo la presión de su mirada, ella se volvió ligeramente, revelando su perfil. Y él
observó que no había ningún detalle sobresaliente que se impusiera al conjunto de su
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