Page 60 - Dune
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Jessica  se  volvió,  haciendo  frente  al  retrato  del  padre  de  Leto.  Había  sido
           realizado por un afamado artista, Albe, cuando el Viejo Duque era de mediana edad.
           Había sido pintado vestido de matador, con una capa magenta colgando del brazo

           izquierdo. El rostro se veía joven, casi tanto como el de Leto en la actualidad, y con
           la  misma  expresión  de  halcón,  la  misma  mirada  gris.  Apretó  sus  puños  contra  los
           costados, mirando el retrato con odio.

               —¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito! —susurró.
               —¿Cuáles son vuestras órdenes, Noble Nacida?
               Era una voz de mujer, musical como una cuerda tensada.

               Jessica  se  volvió  y  se  encontró  frente  a  una  mujer  nudosa,  de  cabellos  grises,
           vestida con las informes ropas de tela de saco de los siervos. La mujer tenía el mismo
           aspecto rugoso y reseco que todos los demás que la habían recibido aquella mañana, a

           lo largo del camino desde el campo de aterrizaje. Todos los nativos de aquel planeta,
           pensó Jessica, tenían aquel mismo aspecto consumido y famélico. Sin embargo, Leto

           había  dicho  que  eran  fuertes  y  sanos.  Y  ademas,  por  supuesto,  estaban  los  ojos…
           aquellos lagos de un azul profundo sin el menor blanco, secretos, misteriosos. Jessica
           se esforzó por no afrontar su mirada.
               La mujer inclinó brevemente la cabeza y dijo:

               —Me llaman la Shadout Mapes, Noble Nacida. ¿Cuáles son vuestras órdenes?
               —Puedes  llamarme  «mi  Dama»  —dijo  Jessica—.  No  nací  noble.  Soy  la

           concubina titular del Duque Leto.
               De nuevo aquella extraña inclinación de cabeza, y la mujer alzó los ojos hacia
           Jessica con una insidiosa pregunta:
               —¿Hay entonces una mujer?

               —No  la  hay,  ni  la  ha  habido  nunca.  Soy  la  única…  compañera  del  Duque,  la
           madre de su heredero designado.

               Mientras hablaba, Jessica se reía para sí misma del orgullo que transpiraban sus
           palabras.  ¿Qué  es  lo  que  dijo  San  Agustín?,  se  preguntó  a  sí  misma.  La  mente
           gobierna  al  cuerpo,  y  éste  obedece.  La  mente  se  ordena  a  sí  misma,  y  encuentra
           resistencia.  Sí…  últimamente  encuentra  una  mayor  resistencia.  Debería  retirarme

           calmadamente en mí misma.
               Un grito extraño sonó fuera de la casa, allá en el camino. Un grito repetido:

               —¡Suu-suu-suuk! ¡Suu-suu-suuk! —y luego—: ¡Ikhut-eigh! —y luego, de nuevo
           —: ¡Suu-suu-suuk!
               —¿Qué  es  esto?  —preguntó  Jessica—.  He  oído  varias  veces  este  grito  por  las

           calles, esta mañana.
               —Es sólo un vendedor de agua, mi Dama. Pero no tiene interés para vos. Las
           cisternas de esta morada contienen cincuenta mil litros, y están siempre llenas. —

           Inclinó  la  cabeza  y  miró  sus  ropas—.  Vedlo,  mi  Dama,  ¡no  necesito  llevar  mi




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