Page 70 - Dune
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—Primero un hilillo de agua, y luego nada —dijo el hombre.
               —Pero, Wellington, ese es el misterio. El agua está ahí. Primero surge, luego se
           para, y ya no hay agua nunca más. Pero otra excavación en sus proximidades produce

           el  mismo  resultado:  un  hilillo  de  agua,  y  luego  nada.  ¿Nadie  se  ha  sentido  nunca
           intrigado por eso?
               —Sí,  es  curioso  —dijo  Yueh—.  ¿Sospecháis  la  presencia  de  algo  vivo?  ¿No

           creéis que los análisis del terreno lo hubieran revelado?
               —¿Qué  hubieran  revelado?  ¿Una  planta  extraña…  o  un  animal?  ¿Cómo
           identificarlo? —miró de nuevo hacia afuera—. El agua se detiene. Algo la absorbe e

           impide que fluya. Estoy segura de ello.
               —Quizá se conozca ya la razón —dijo el hombre—. Los Harkonnen censuraron
           muchas fuentes de información sobre Arrakis. Quizá tenían razón para suprimir ésta.

               —¿Qué razón? —preguntó ella—. Por otro lado, hay la humedad atmosférica. No
           mucha, es cierto, pero existe. Es la mayor fuente de agua aquí, gracias a las trampas

           de viento y a los precipitadores. ¿De dónde proviene?
               —¿De los casquetes polares?
               —El aire frío arrastra muy poca humedad, Wellington. Hay cosas, tras el velo de
           los  Harkonnen,  que  merecen  investigarse  a  fondo,  y  no  todas  están  relacionadas

           directamente con la especia.
               —Ciertamente,  estamos  envueltos  en  el  velo  de  los  Harkonnen  —dijo  él—.

           Quizá… —Se interrumpió, notando la repentina intensidad de la mirada de Jessica—.
           ¿Ocurre algo?
               —El modo en que habéis dicho «Harkonnen» —dijo ella—. Ni siquiera la voz de
           mi  Duque  está  tan  cargada  de  veneno  cuando  pronuncia  este  odiado  nombre.  No

           sabía que tuvierais alguna razón personal para odiarlos, Wellington.
               ¡Gran Madre!, pensó Yueh. ¡He despertado sus sospechas! Ahora debo emplear

           todos los trucos que me enseñó mi Wanna. Es la única solución: decirle la verdad
           tanto como pueda.
               —¿Ignoráis que mi esposa, mi Wanna…? —dijo. Se interrumpió, sintiendo que
           las palabras se ahogaban en su garganta. Luego—: Ella… —las palabras se negaron a

           salir. Se sintió ganado por el pánico, cerró fuertemente los ojos, notando la agonía en
           su pecho hasta que una mano tocó suavemente su brazo.

               —Perdonad —dijo Jessica—. No quería abrir una vieja herida—. Y pensó: ¡Esas
           bestias! Su esposa era una Bene Gesserit… los signos están por todo él. Y es obvio
           que los Harkonnen la mataron. No es más que otra víctima, ligada a los Atreides por

           un odio común.
               —Lo  siento  —dijo  Yueh—.  Soy  incapaz  de  hablar  de  ello.  —Abrió  los  ojos,
           abandonándose a las garras del sufrimiento interno. Este, al menos, era verdadero.

               Jessica lo estudió, sus pómulos acusados, los reflejos dorados en sus almendrados




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