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«¡Yueh! ¡Yueh! ¡Yueh!», dice el refrán. «¡Un millón de muertes no serían bastantes para
Yueh!».
De Historia de Muad’Dib para niños, por la PRINCESA IRULAN
La puerta estaba entrecerrada, y Jessica la abrió, penetrando en una estancia de
paredes amarillas. A su izquierda había un diván bajo de piel negra y dos librerías
vacías; una calabaza para agua pendía, vacía y con sus abombados lados llenos de
polvo. A su derecha, flanqueando otra puerta, otras dos librerías vacías, un escritorio
traído de Caladan y tres sillas. Junto a la ventana, directamente frente a ella, el doctor
Yueh, dándole la espalda, parecía concentrar su atención en el mundo exterior.
Jessica dio otro silencioso paso dentro de la habitación.
Observó que la chaqueta del doctor estaba arrugada, y que tenía marcas blancas a
la altura de su codo izquierdo, como si se hubiera apoyado contra tiza. Visto así, de
espaldas, parecía un esqueleto desprovisto de carne, envuelto en ropas negras
demasiado amplias, una marioneta esperando moverse bajo las órdenes de un
invisible marionetista. Sólo la cabeza parecía viva, con los largos cabellos color
ébano, sujetos por el anillo de plata de la Escuela Suk, cayéndole sobre los hombros y
agitándose ligeramente cuando se inclinaba para seguir mejor algún movimiento del
exterior.
Jessica miró nuevamente la estancia sin ver ninguna señal de su hijo, pero sabía
que la puerta cerrada de la derecha conducía a otra estancia más pequeña por la cual
Paul había mostrado su preferencia.
—Buenas tardes, doctor Yueh —dijo—. ¿Dónde está Paul?
El hombre inclinó la cabeza como respondiendo a alguien allá afuera, y contestó
con voz ausente, sin volverse:
—Vuestro hijo estaba cansado, Jessica. Le he enviado a la otra estancia, a
descansar.
Se irguió bruscamente y se volvió, con el bigote cayendo sobre sus empurpurados
labios.
—¡Perdonadme, mi Dama! Mis pensamientos estaban lejos de aquí… yo… no
pretendía hablaros de modo tan familiar.
Ella sonrió, levantando su mano derecha. Por un instante temió que el hombre se
arrodillase.
—Wellington, por favor.
—Usar vuestro nombre así… yo…
—Hace seis años que nos conocemos —dijo Jessica—. Tendríamos que haber
roto las formalidades hace ya mucho… al menos en privado.
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