Page 67 - Dune
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Yueh  aventuró  una  débil  sonrisa,  pensando:  Creo  que  ha  resultado.  Ahora
           pensará que lo poco usual de mi modo de comportarme es debido al azaramiento. No
           buscará razones más profundas, puesto que ya tiene la respuesta.

               —Temo  que  me  hayáis  encontrado  con  la  cabeza  entre  las  nubes  —dijo—.
           Cuando… cuando me siento inquieto por vos, temo que pienso en vos como… bien,
           como en Jessica.

               —¿Inquieto por mí? ¿Por qué?
               Yueh se alzó de hombros. Desde hacía tiempo se había dado cuenta de que Jessica
           no tenía el don completo de Decidora de Verdad como había tenido su Wanna. Sin

           embargo, le decía a Jessica la verdad cada vez que le era posible. Era más seguro.
               —Habéis  visto  este  lugar,  mi…  Jessica  —vaciló  en  el  nombre,  y  siguió
           rápidamente—: Es todo tan desnudo, después de Caladan. ¡Y la gente! Todas aquellas

           mujeres, a lo largo de vuestro camino, gimiendo tras sus velos… ¡Y el modo como os
           miraban!

               Jessica apretó el brazo contra su pecho, sintiendo el contacto del crys, de la hoja
           obtenida del diente de un gusano de arena, si lo que se decía era cierto.
               —También nosotros les parecemos extraños a ellos… gente distinta con distintas
           costumbres. Hasta ahora sólo habían conocido a los Harkonnen —miró a su vez a

           través de la ventana—. ¿Qué era lo que mirabais fuera?
               El hombre miró también por la ventana.

               —La gente.
               Jessica avanzó hasta situarse a su lado, y siguió la dirección de su mirada, frente a
           la casa, hacia la izquierda, allá donde estaba centrada la atención de Yueh. Había una
           hilera de veinte palmeras, y la tierra debajo de ellas estaba limpia y cuidada. Una

           barrera-pantalla las separaba de la gente que pasaba, envuelta en sus ropas, por la
           calle.  Jessica  notó  el  ligero  temblor  del  aire  entre  ella  y  la  gente  —el  escudo  que

           rodeaba  la  casa—,  y  estudió  a  la  gente  que  pasaba,  preguntándose  qué  era  lo  que
           absorbía tanto a Yueh.
               La comprensión emergió bruscamente, y se llevó una mano al rostro. ¡La gente
           que pasaba contemplaba las palmeras! Y en sus rostros se leía la envidia, en algunos

           el odio… y también algo de esperanza. Cada persona que pasaba miraba los árboles
           con hipnótica fijeza en su expresión.

               —¿Sabéis lo que están pensando? —preguntó Yueh.
               —¿Pretendéis poder leer los pensamientos? —se sorprendió ella.
               —Sus  pensamientos  —dijo  él—.  Miran  esos  árboles  y  piensan:  «Aquí  hay  un

           centenar de nosotros». Eso es lo que piensan.
               Ella le miró, perpleja y cejijunta.
               —¿Por qué?

               —Son  palmeras  datileras  —dijo  el  hombre—.  Cada  palmera  datilera  absorbe




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