Page 72 - Dune
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tiempo con esos mórbidos…
               —¡Alguna  ocupación!  ¿Qué  es  lo  que  ocupa  la  mayor  parte  de  mi  tiempo,
           Wellington? Soy la secretaria del Duque… tengo tanto trabajo que cada día aprendo

           nuevas cosas que temer… cosas que él ni siquiera sospecha que yo sepa. —Apretó
           los  labios,  hablando  muy  bajo—:  A  veces  me  pregunto  cómo  influyó  mi
           adiestramiento Bene Gesserit en su elección de mí.

               —¿Qué queréis decir? —se sentía impresionado por su tono cínico, por aquella
           amargura que nunca antes había descubierto en ella.
               —¿No  habéis  pensado  nunca,  Wellington  —dijo  Jessica—,  que  una  secretaria

           atada por el amor es mucho más segura?
               —Este es un pensamiento injusto, Jessica.
               El  reproche  había  surgido  espontáneamente  de  sus  labios.  No  existía  la  menor

           duda acerca de los sentimientos del Duque hacia su concubina. Bastaba observarle
           cuando la seguía con los ojos.

               Ella suspiró.
               Y apretó de nuevo los brazos contra su pecho, notando el contacto del crys y su
           funda contra su carne y pensando en la obra aún no terminada que representaba.
               —Muy  pronto  se  derramará  sangre  —dijo—.  Los  Harkonnen  no  se  detendrán

           hasta que sean exterminados o mi Duque destruido. El Barón no puede olvidar que
           Leto es sobrino de la sangre real (no importa en qué grado) mientras que los títulos de

           los  Harkonnen  no  provienen  más  que  de  sus  intereses  en  la  CHOAM.  Pero  el
           auténtico veneno, instalado en lo más profundo de sus mentes, es el conocimiento de
           que fue un Atreides quien desterró a un Harkonnen por cobardía después de la Batalla
           de Corrin.

               —Las viejas rencillas —murmuró Yueh. Y por un instante gustó el ácido sabor
           del  odio.  Las  viejas  rencillas  le  habían  envuelto  también  a  él  en  su  trama,  habían

           matado a su Wanna o, peor aún, la habían entregado a los Harkonnen para que la
           torturaran hasta que su esposo hubiera cumplido su tarea. Las antiguas rencillas le
           habían atrapado a él, y toda aquella gente que le rodeaba formaba también parte de
           aquella venenosa trampa. La ironía era que todo aquel odio mortal fuera a florecer

           allí, en Arrakis, única fuente en todo el universo de la melange, la prolongadora de
           vida, la droga de salud.

               —¿En qué estáis pensando? —preguntó Jessica.
               —Pienso  que  la  especia  vale  actualmente  seiscientos  veinte  mil  solaris  el
           decagramo, en el mercado libre. Es una riqueza que puede comprar tantas cosas.

               —¿Os ha tocado la codicia, Wellington?
               —La codicia, no.
               —¿Qué, entonces?

               Se alzó de hombros.




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