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cuanto antes para que me dijera que no había perdido del todo el juicio.
Me vestí con las primeras ropas limpias que encontré, sin molestarme en
comprobar si las llevaba o no a juego y bajé las escaleras de dos en dos. Estuve a
punto de atropellar a Charlie cuando me deslizaba por el vestíbulo, directa hacia la
puerta.
—¿Adónde vas? —me preguntó, tan sorprendido de verme como yo a él—.
¿Sabes qué hora es?
—Sí. He de ver a Jacob.
—Creí que el asunto de Sam...
—Eso no importa. Debo hablar con él de inmediato.
—Es muy temprano —torció el gesto al ver que mi expresión no cambiaba—.
¿No quieres desayunar?
—No tengo hambre —la frase salió disparada de entre mis labios. Mi padre
bloqueaba el camino hacia la salida. Sopesé la posibilidad de eludirle y echarle una
carrera, pero sabía que tendría que explicárselo después—. Volveré pronto, ¿de
acuerdo?
Charlie frunció el ceño.
—¿Vas directamente a casa de Jacob, verdad? ¿Sin paradas en el camino?
—Por supuesto, ¿dónde iba a detenerme? —contesté atropelladamente a causa
de la prisa.
—No lo sé —admitió—. Es sólo que... Bueno, los lobos han protagonizado otro
ataque. Ha sido cerca del balneario, junto a las fuentes termales. En esta ocasión hay
un testigo. La víctima se hallaba a diez metros del camino cuando desapareció. La
esposa vio a un enorme lobo gris a los pocos minutos, mientras le estaba buscando, y
corrió en busca de ayuda.
El estómago me dio un vuelco como en el descenso de una montaña rusa.
—¿Le atacó un lobo?
—No hay rastro de él, sólo un poco de sangre de nuevo —el rostro de Charlie
parecía apenado—. Los guardias forestales patrullan armados y están reclutando
voluntarios con escopetas. Hay un montón de cazadores deseosos de participar. Se va
a ofrecer una recompensa por las pieles de lobo. Eso significa que va a haber muchas
armas ahí fuera, en el bosque, y eso me preocupa —sacudió la cabeza—. Los
accidentes se producen cuando la gente se pone nerviosa.
—¿Vais a disparar a los lobos? —mi voz subió unas tres octavas.
—¿Qué otra cosa podemos a hacer? ¿Qué ocurre? —preguntó mientras
escrutaba mi rostro con una mirada tensa—. No te convertirás en una ecologista
fanática y te pondrás en mi contra, ¿verdad?
No logré responderle. Hubiera metido la cabeza entre las rodillas si él no
hubiera estado observándome. Me había olvidado de los montañeros desaparecidos
y de los rastros de zarpas ensangrentadas... En un primer momento no había
relacionado esos acontecimientos.
—Escucha, cielo, no dejes que eso te asuste. Limítate a permanecer en el pueblo
o en la carretera... Sin paradas, ¿vale?
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