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AUTOR                                                                                               Libro
                     —No puedo... respirar... —dije con voz entrecortada.
                     Me soltó de inmediato, pero retuvo un brazo a la altura de la muñeca para que
               no me cayera al suelo. Me dio un empujoncito —esta vez con más delicadeza— para
               hacerme caer sobre la cama.
                     —Duerme algo, Bella. Tienes que tener la mente despejada. Sé que lo vas lograr.
               Necesito que lo comprendas. No te quiero perder, Bella, no por esto.
                     Se plantó en la puerta de una zancada, la entreabrió con sigilo y desapareció
               por la abertura. Agucé el oído para detectar el escalón que crujía en las escaleras,
               pero no se escuchó nada.
                     Me   tendí   en   la   cama   con   la   cabeza   dándome   vueltas.   Estaba   rendida   y
               demasiado confusa. Cerré los ojos en un intento de que todo tuviera sentido, sólo
               para sumirme en la inconsciencia con tal rapidez que me desorienté.
                     No disfruté del sueño pacífico y sin pesadillas que tanto anhelaba, por supuesto
               que no. Me encontraba en el bosque una vez más y comencé a deambular por el
               camino de siempre.
                     Enseguida me percaté de que no era el sueño habitual. Por una parte, no me
               sentía obligada a vagabundear ni a buscar. Anduve sin rumbo fijo por una cuestión
               de simple hábito, ya que eso era lo que se esperaba de mí. De hecho, ni siquiera era el
               mismo bosque. El olor y la luz eran diferentes. No olía a tierra húmeda, sino a agua
               salada marina. No podía ver el cielo, pero aun así, a juzgar por el brillo jade de las
               hojas de las copas de los árboles, parecía que el sol estaba cayendo a plomo.
                     No tenía duda alguna de que la playa se hallaba cerca. Ése debía de ser el
               bosque cercano a La Push. Supe que podría ver el sol si era capaz de encontrar la

               playa, por lo que me apresuré a avanzar guiada por el débil sonido de las olas a lo
               lejos.
                     Jacob apareció en ese momento. Me aferró la mano y tiró de mí para llevarme a
               la parte más umbría del bosque.
                     —¿Qué ocurre, Jacob? —le pregunté. Su rostro era el de un niño asustado y de
               nuevo lucía su hermosa melena recogida en una coleta a la altura de la nuca. Tiraba
               de mí con todas sus tuerzas, pero yo me resistía porque no quería adentrarme en la
               zona sombría.
                     —Corre, Bella, debes correr —susurró aterrado.
                     La sensación de  déjà  vu  fue tan fuerte y repentina que estuve a punto de
               despertarme.
                     Ahora sabía por qué había reconocido aquel lugar; había estado allí antes, en
               otro sueño, hacía un millón de años, en una etapa de mi vida totalmente distinta.
               Aquél era el sueño que había tenido la noche posterior a pasear con Jacob por la
               playa, la primera noche en que supe que Edward era un vampiro.
                     El hecho de que Jacob me hubiera hecho recordar ese día debía de haber sacado
               a relucir mis recuerdos enterrados.
                     Ahora me había distanciado del sueño, por lo que me limité a esperar que
               continuara. Una luz se acercó a mí desde donde debía de estar la playa. Edward
               aparecería   entre   los   árboles   al   cabo   de   unos   instantes;   entonces,   vería   su   tez




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