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AUTOR Libro
la piel. Le había pedido que caminara conmigo para luego flirtear con él —con tanta
torpeza como éxito— a fin de sonsacarle información.
Jacob asentía, ansioso porque continuara.
Mi voz apenas era audible.
—Me contaste historias de miedo, leyendas quileutes...
Cerró los ojos para reabrirlos de nuevo.
—Sí —respondió en tensión, febril, como si se encontrara al borde de algo de
vital importancia. Habló despacio, pronunciando con cuidado cada palabra—.
¿Recuerdas lo que te dije?
Tuvo que ser capaz de ver el cambio de color de mi rostro incluso en la
oscuridad. ¿Cómo lo iba a olvidar? Sin darse cuenta de lo que hacía, Jacob me había
contado exactamente lo que necesitaba saber ese día, que Edward era un vampiro...
Me miró con los ojos de quien sabe mucho y me dijo:
—Piensa, haz un esfuerzo.
—Sí, me acuerdo —exhalé.
Inhaló profundamente mientras se debatía.
—¿Recuerdas todas las histo...? —no fue capaz de terminar la pregunta. La
mandíbula le colgó y quedó con la boca abierta, como si se hubiera atragantado.
—¿Todas las historias? —inquirí.
Asintió en silencio.
Sacudí la cabeza. Sólo una de las historias importaba de verdad. Sabía que él
había comenzado con otras, pero no recordaba el preludio intrascendente, y menos
con la mente nublada por la fatiga. Comencé a sacudir la cabeza.
Jacob gimió y saltó de la cama. Presionó sus puños contra las sienes y empezó a
respirar agitado y deprisa.
—Lo sabes, lo sabes —murmuró para sí.
—¿Jake? Jake, por favor, estoy derrengada. En este momento no tengo la cabeza
para nada. Tal vez por la mañana...
Recuperó una respiración acompasada y asintió.
—Tal vez lo comprendas luego. Creo adivinar por qué sólo te acuerdas de una
historia —añadió con sarcasmo y amargura mientras se dejaba caer en el colchón a
mi lado—. ¿Te importa que te haga una pregunta al respecto? —inquirió, aún
sardónico—. Me muero de ganas por saberlo.
—¿Una pregunta sobre qué? —repuse, a la defensiva.
—Sobre la historia de vampiros que te conté.
Le miré con cautela, incapaz de responder, pero, de todos modos, formuló la
pregunta.
—Sinceramente, ¿no lo sabías? —su voz se tornó ronca—. ¿Fui el único que te
reveló qué era él?
¿Cómo sabía eso? ¿Por qué había decidido creer? ¿Y por qué ahora? Me
rechinaron los dientes mientras le devolvía la mirada sin intención de contestar. Él se
dio cuenta.
—¿Entiendes ahora a qué me refiero cuando hablo de lealtad? —musitó con voz
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