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AUTOR Libro
El intruso
El susto me hizo abrir los ojos. Estaba tan fatigada y confusa que dudaba de si
estaba dormida o despierta.
Alguien volvió a arañar el cristal de la ventana levantando un sonido chirriante
y estridente.
Salí a trompicones de la cama, confusa y patosa. Parpadeé en mi intento de
enjugar las lágrimas de mis ojos.
Una gran silueta oscura se bamboleaba de un lado a otro del cristal, se movía
como si fuera a lanzarse contra el cristal y atravesarlo. Retrocedí estupefacta y
aterrada, a punto de gritar.
Victoria.
Había venido a por mí.
Estaba muerta.
¡No, Charlie también, no!
Refrené el grito que iba a proferir. Debía conseguir que todo se desarrollara en
silencio. No sabía cómo, pero tenía que evitar que Charlie acudiera a investigar...
Entonces, la figura sombría emitió una voz hosca que conocía muy bien.
—¡Bella! —bisbiseó—. ¡Ay! ¡Maldita sea, abre la ventana! ¡Ay!
Estaba temblando de terror, por lo que necesité dos segundos antes de ser capaz
de moverme, pero luego me apresuré a acudir a la ventana y abrirla a empellones. La
escasa luminosidad que alumbraba las nubes me bastó para identificar la silueta.
—¿Qué haces? —pregunté jadeando.
Jacob colgaba precariamente de la pícea que crecía en el pequeño patio
delantero de Charlie. Su peso había inclinado el árbol hacia la casa y ahora pendía a
menos de un metro de mí y a seis metros del suelo. Las finas ramas del extremo del
árbol arañaban la fachada de la casa con un chirrido crispante.
—Intento cumplir... —resopló mientras cambiaba de posición su peso cada vez
que el árbol le zarandeaba— mi promesa.
Tenía los ojos húmedos y borrosos. Parpadeé, repentinamente convencida de
que seguía soñando.
—¿Desde cuándo has prometido matarte cayéndote desde la copa del árbol de
Charlie?
Bufó al no encontrar gracioso el comentario al tiempo que hacía oscilar las
piernas para incrementar el ritmo de balanceo.
—Apártate de ahí —me ordenó.
—¿Qué?
Volvió a mover las piernas —hacia atrás y hacia delante— y aumentó el
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