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AUTOR                                                                                               Libro







                                                     La familia




                     Me acurruqué junto a Jacob y escudriñé la espesura en busca de los demás
               hombres lobo. Cuando aparecieron entre los árboles no eran como había esperado.
               Tenía la imagen de los lobos grabada en mi cabeza. Éstos eran tan sólo cuatro chicos
               medio desnudos y realmente grandes.
                     De nuevo, me recordaron a hermanos cuatrillizos. Debió de ser la forma en que
               se movieron —casi sincronizados— para interponerse en nuestro camino, o el hecho
               de que todos tuvieran los mismos músculos grandes y redondeados bajo la misma
               piel entre rojiza y marrón, el mismo cabello negro cortado al rape, y también la forma
               en que sus rostros cambiaban de expresión en el mismo instante.
                     Salieron del bosque con curiosidad y también con cautela. Al verme allí, medio
               escondida detrás de Jacob, los cuatro se enfurecieron a la vez.
                     Sam seguía siendo el más grande, aunque Jacob estaba cerca ya de alcanzarle.
               Realmente Sam no contaba como un chico. Su rostro parecía el de una persona
               mayor; no porque tuviera arrugas o señales de la edad, sino por la madurez y la
               serenidad de su expresión.
                     —¿Qué has hecho, Jacob? —preguntó.
                     Uno de los otros, a quien no reconocí —Jared o Paul—, habló antes de que Jacob
               tuviera tiempo de defenderse.
                     —¿Por qué no te limitas a seguir las normas, Jacob? —gritó, agitando los brazos
               —. ¿En qué demonios estás pensando? ¿Te parece que ella es más importante que
               todo lo demás, que toda la tribu? ¿Más importante que la gente a la que están
               matando?
                     —Ella puede ayudarnos —repuso Jacob sin alterarse.
                     —¡Ayudarnos! —exclamó el chico, furioso. Los brazos le empezaron a temblar
               —. ¡Claro, es lo más probable! Seguro que esta amiga de las sanguijuelas se muere por
               ayudarnos.
                     —¡No hables así de ella! —respondió Jacob, escocido por las críticas.
                     Un escalofrío recorrió los hombros y la espina dorsal del otro muchacho.
                     —¡Paul, relájate! —le ordenó Sam.

                     Paul sacudió la cabeza de un lado a otro, no en señal de desafío, sino como si
               tratara de concentrarse.
                     —Demonios,   Paul   —murmuró   uno   de   los   otros,   probablemente   Jared—.
               Contrólate.
                     Paul giró la cabeza hacia Jared, enseñando los dientes en señal de irritación.
               Después   volvió   su   mirada   colérica   hacia   mí.   Jacob   dio   un   paso   adelante   para
               cubrirme con su cuerpo.




                                                                                                   - 192 -
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