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joven, de piel cobriza y lustrosa y cabello largo, liso y negro como azabache estaba
tras la barra, junto al fregadero, sacando panecillos de un molde y colocándolos sobre
una bandeja de papel. Durante un segundo, pensé que Embry me había dicho que no
me quedara mirándola porque la chica era muy bonita.
Después preguntó con voz melodiosa: «¿Tenéis hambre?», y se volvió hacia
nosotros, con una sonrisa en media cara.
La parte derecha de su rostro, desde el nacimiento del pelo hasta la barbilla,
estaba surcada por tres gruesas cicatrices de color cárdeno, aunque hacía mucho
tiempo que debían de haberse curado. Una de ellas deformaba las comisuras de su
ojo derecho, que era oscuro y de forma almendrada, mientras que otra retorcía el
lado derecho de su boca en una mueca permanente.
Agradeciendo la advertencia de Embry, me apresuré a desviar la mirada hacia
los panecillos que tenía en las manos. Olían de maravilla, a arándano fresco.
—Oh —dijo Emily, sorprendida—. ¿Quién es?
Levanté los ojos, intentando enfocarlos en el lado izquierdo de su cara.
—Bella Swan —dijo Jared, encogiéndose de hombros. Por lo visto, ya habían
hablado antes de mí—. ¿Quién querías que fuera?
—Deja que Jacob se encargue de solucionarlo —murmuró Emily, mirándome
fijamente. Ninguna de las dos mitades de aquel rostro, que en tiempos fue bello, se
mostraba amistosa—. Así que tú eres la chica vampiro.
Me envaré.
—Sí. ¿Y tú eres la chica lobo?
Ella se rió, al igual que Embry y Jared. La parte izquierda de su rostro adoptó
un gesto más cálido.
—Supongo que sí —volviéndose hacia Jared, preguntó—: ¿Dónde está Sam?
—Esto, digamos que Bella ha sacado de sus casillas a Paul.
Emily puso en blanco el ojo bueno.
—Ay, este Paul —suspiró—. ¿Crees que tardarán mucho? Estaba a punto de
ponerme a cuajar los huevos.
—No te preocupes —respondió Embry—. Aunque tarden, no dejaremos que
sobre nada.
Emily se rió entre dientes y abrió el frigorífico.
—No lo dudo —dijo—. ¿Tienes hambre, Bella? Vamos, cómete un panecillo.
—Gracias.
Tomé uno de la bandeja y empecé a mordisquear los bordos. Estaba delicioso, y
a mi delicado estómago pareció sentarle bien. Embry tomó su tercer panecillo y se lo
metió entero en la boca.
—Deja alguno para tus hermanos —le regañó Emily, pegándole en la cabeza
con una cuchara de madera. La palabra me sorprendió, pero los demás no le dieron
importancia.
—Cerdo —comentó Jared.
Me apoyé en la barra y observé cómo los tres se gastaban bromas, igual que si
fueran de la misma familia. La cocina de Emily era un lugar acogedor y luminoso,
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