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—Lo hemos arreglado.
—¿Y la banda?
—No lo sé. ¿Quién entiende a los chicos? Son un misterio, pero he conocido a
Sam Uley y a su prometida, Emily. Me han parecido muy simpáticos —me encogí de
hombros—. Debe de haber sido todo un malentendido.
A Charlie se le mudó el semblante.
—No sabía que él y Emily lo habían hecho oficial. Me parece muy bien. Pobre
chica.
—¿Sabes qué le pasó?
—La atacó un oso, allá en el norte, durante la temporada de desove del salmón.
Fue horrible. Ya ha pasado más de un año desde el accidente. Tengo entendido que a
Sam le afectó muchísimo.
—Es horrible —repetí yo.
Más de un año. Habría apostado que aquello ocurrió cuando sólo había un
hombre lobo en La Push. Me estremecí al pensar en cómo debía de sentirse Sam cada
vez que miraba a Emily a la cara.
Esa noche me quedé despierta mucho rato mientras intentaba organizar en mi
mente los sucesos del día. Fui remontándome desde la cena con Billy, Jacob y Charlie
hasta la larga tarde que había pasado en casa de los Black esperando con inquietud a
saber algo de Jake, y después a la cocina de Emily, al horror del combate de los
licántropos, a la conversación con Jacob en la playa...
Pensé en lo que me había dicho aquella misma mañana sobre la hipocresía.
Estuve dándole vueltas un buen rato. No me gustaba pensar que era una hipócrita,
pero ¿qué sentido tenía engañarme a mí misma?
Me enredé en un círculo vicioso. No, Edward no era un asesino. Ni siquiera en
los momentos más oscuros de su pasado había matado a personas inocentes.
Pero ¿qué habría pasado si hubiera sido un asesino? ¿Y si durante la época en
que le conocí se hubiese comportado como cualquier otro vampiro? ¿Y si se hubiesen
producido desapariciones en el bosque, igual que ahora? ¿Me habría apartado de él?
Me dije que no, con tristeza, y me recordé a mí misma que el amor es irracional.
Cuanto más quieres a alguien, menos lógica tiene todo.
Me di la vuelta en la cama y traté de pensar en otra cosa. Me imaginé a Jacob y a
sus hermanos corriendo en la oscuridad. Me quedé dormida imaginando a los
hombres lobo, invisibles en la noche y protegiéndome del peligro. Cuando empecé a
soñar, volvía a estar en el bosque, pero esta vez no deambulaba perdida. Iba con
Emily, agarrada a su mano llena de cicatrices, y ambas escrutábamos las tinieblas,
esperando con ansiedad a que nuestros licántropos regresaran a casa.
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