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Jake y yo nos escapamos temprano para disfrutar de un poco de intimidad.
Salimos a su garaje y nos sentamos en el Volkswagen. Jacob echó la cabeza hacia
atrás, con cara de agotamiento.
—Tienes que dormir un poco, Jake.
—Veré lo que puedo hacer.
Estiró un brazo para tomar mi mano. El contacto de su piel abrasaba.
—¿Esto tiene que ver con lo de ser lobo? —le pregunté—. Me refiero al calor.
—Sí. Tenemos la temperatura más alta que la gente normal. Entre 47 y 48
grados centígrados. Podría estar así en mitad de una nevada —dijo, señalándose el
torso desnudo— y me daría igual. Los copos se convertirían en gotas de lluvia al
tocarme.
—Todos vosotros os curáis muy rápido. ¿Es otra característica de los hombres
lobo?
—Sí. ¿Quieres verlo? Mola mucho —dijo, sonriendo y con los ojos muy abiertos.
Se acercó a mí para abrir la guantera y estuvo un rato rebuscando algo. Al fin, sacó
de ella una navaja.
—¡No, no quiero verlo! —grité en cuanto me di cuenta de lo que pensaba hacer
—. ¡Deja eso!
Jacob soltó una carcajada, pero volvió a guardar la navaja en la guantera.
—Vale. De todos modos, lo de curarse viene muy bien. No puedes ir al médico
cuando tienes una temperatura corporal con la que deberías estar muerto.
—No, supongo que no —me quedé pensando en ello un rato—. Y lo de ser tan
grande, ¿también tiene que ver? ¿Por eso estáis tan preocupados por Quil?
—Por eso y porque su abuelo dice que se puede freír un huevo en su frente —
Jacob puso gesto de desánimo—. Ya no tardará mucho en convertirse. No hay una
edad exacta... Se va acumulando poco a poco, y de repente... —se interrumpió y pasó
un rato hasta que fue capaz de hablar de nuevo—. A veces, si te sientes alterado,
cabreado o algo así, el proceso se puede disparar antes, pero yo no estaba cabreado
por nada. Yo era feliz —Jacob se rió con amargura—. Sobre todo por tu culpa. Por eso
no me ocurrió antes y siguió acumulándose en mi interior, como una bomba de
relojería. ¿Sabes lo que me hizo estallar? Billy comentó que me veía raro cuando volví
de ver esa película. No me dijo nada más, pero el caso es que perdí los nervios. Y en
ese mismo momento... exploté. Casi le arranqué la cara. ¡A mi propio padre! —Jacob
se estremeció y se puso pálido.
—¿Es tan malo, Jake? —le pregunté, deseando que hubiese algún modo de
ayudarle—. ¿Te sientes desdichado?
—No, no me siento desdichado —respondió—. Ahora que lo sabes, ya no. Antes
sí que me resultaba duro —admitió, inclinándose hacia mí hasta apoyar la mejilla
encima de mi cabeza.
Se quedó callado durante un rato y me pregunté en qué estaría pensando. Tal
vez prefería no saberlo.
—¿Cuál es la parte más dura? —susurré. Aún deseaba ayudarle.
—Lo peor es sentirse fuera de control —respondió pausadamente—. Saber que
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