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con armarios blancos y el suelo de madera clara. Sobre la pequeña mesa redonda
había un jarrón blanco y azul, de porcelana china envejecida, lleno de flores
silvestres. Embry y Jared parecían estar a sus anchas en aquella casa.
Emily estaba batiendo en un gran cuenco amarillo una cantidad exagerada de
huevos, varias docenas. Cuando se remangó la camisa de color lavanda, pude ver
que las cicatrices se prolongaban por todo el brazo hasta llegar a la mano derecha. Tal
y como había dicho Embry, andar en compañía de licántropos tenía sus riesgos.
La puerta principal se abrió y Sam entró en la casa.
—Emily —saludó.
Su voz estaba impregnada de tanto amor que me avergoncé y me sentí como
una intrusa mientras veía a Sam cruzar la sala de una zancada y tomar el rostro de
Emily entre sus grandes manos. Se inclinó, besó primero las oscuras cicatrices de su
mejilla derecha y después la besó en los labios.
—Eh, dejadlo ya —se quejó Jared—. Estoy comiendo.
—Entonces cierra el pico y come —le sugirió Sam mientras volvía a besar la
boca deformada de Emily.
—¡Puaj! —gruñó Embry.
Era peor que una película romántica: esto era real, un canto a la alegría, la vida
y el amor verdadero. Dejé el panecillo y crucé los brazos sobre el vacío de mi pecho.
Clavé la mirada en las llores en un intento de ignorar la paz absoluta del momento
que ambos compartían y el terrible palpitar de mis heridas.
Cuando Jacob y Paul entraron por la puerta agradecí la distracción, pero
enseguida me quedé de piedra al verles llegar riéndose. Paul le propinó un puñetazo
en el hombro a Jacob, al que éste respondió con un codazo en los riñones. Volvieron a
reírse. Ambos parecían ilesos.
La mirada de Jacob recorrió la sala y se detuvo cuando me vio apoyada en la
encimera, al otro extremo de la cocina, azorada y fuera de lugar.
—Hola, Bella —me saludó en tono alegre. Tomó dos panecillos al pasar junto a
la mesa y se acercó a mí—. Siento lo de antes —añadió en voz baja—. ¿Qué tal lo
llevas?
—No te preocupes, estoy bien. Estos panecillos están muy ricos —recogí el mío
y empecé a mordisquearlo de nuevo. Ahora que Jacob estaba a mi lado, ya no sentía
aquel terrible dolor en el pecho.
—Pero tronco... —se quejó Jared, interrumpiéndonos.
Levanté la mirada. Él y Embry estaban examinando el antebrazo de Paul, en el
que se veía una línea rosada que ya empezaba a borrarse. Embry sonreía exultante.
—Quince dólares —cacareó.
—¿Se lo has hecho tú? —le pregunté en voz baja a Jacob, recordando la apuesta.
—Apenas le he tocado. Estará como nuevo cuando se ponga el sol.
—¿Cuando se ponga el sol? —me quedé mirando la cicatriz del brazo de Paul.
Era extraño, pero parecía tener varias semanas.
—Cosas de lobos —susurró Jacob.
Asentí, intentando no parecer demasiado intranquila.
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