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pasar y cuando Paul y Jake se agencien ropa nueva, si es que a Paul le queda algo.
—¿Sabe Emily que...?
—Sí. Ah, y no te quedes mirándola. A Sam no le hace gracia.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué iba a quedarme mirándola?
Embry parecía incómodo.
—Como acabas de ver, andar con hombres lobo tiene sus riesgos —se apresuró
a cambiar de tema—. Oye, ¿estás bien después de lo que pasó en el prado con esa
sanguijuela de pelo negro? No parecía amigo tuyo, pero... — Embry se encogió de
hombros.
—No, no era mi amigo.
—Eso está bien. No queríamos empezar de nuevo. Me refiero a romper el
tratado, ya sabes.
—Ah, sí. Jake me habló de ese pacto hace mucho. ¿Por qué matar a Laurent
significa romperlo?
—Laurent —resopló Embry, como si le hiciera gracia que el vampiro tuviese
nombre—. Bueno, técnicamente estábamos en terreno de los Cullen. No se nos
permite atacar a ningún Cullen fuera de nuestro territorio... a no ser que sean ellos
quienes rompan primero el tratado. No sabemos si ese tío del pelo negro era pariente
de ellos, o algo así. Por lo visto, tú le conocías.
—¿Y cómo pueden romper ellos el tratado?
—Mordiendo a un humano, pero Jake no estaba dispuesto a dejar que la cosa
llegara tan lejos.
—Ah, ya veo. Gracias. Me alegro de que no esperaseis tanto.
—Fue un placer —contestó él, y por su tono parecía hablar en sentido literal.
Embry siguió por la autovía hasta dejar atrás la casa que estaba más al este, y
después tomó un estrecho sendero de tierra.
—Esta tartana es un poco lenta —me soltó.
—Lo siento.
Al final del sendero había una diminuta casa —que en tiempos había sido gris
— con una única ventana estrecha junto a la puerta, pintada de un azul descolorido;
pero la jardinera que había bajo ella estaba llena de caléndulas amarillas y naranjas
que brindaban al lugar un aspecto muy alegre.
Embry abrió la puerta del monovolumen y olfateó el aire.
—Qué bien, Emily está cocinando.
Jared saltó de la parte trasera del vehículo y se dirigió hacia la puerta, pero
Embry le puso una mano en el pecho y le detuvo. Mirándome con un gesto
significativo, carraspeó.
—No llevo la cartera encima —se excusó Jared.
—No importa. Me acordaré.
Subieron el único escalón y entraron en la casa sin llamar. Los seguí con
timidez.
El salón era cocina en su mayor parte, como en el hogar de Jacob. Una mujer
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