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AUTOR                                                                                               Libro
               lo que yo hago parece un truco de salón. Los Vulturis los eligen por sus habilidades,
               físicas o de otro tipo.
                     Abrí la boca para cerrarla después. Me iba pareciendo que no deseaba saber lo
               escasas que eran nuestras posibilidades.
                     Alice volvió a asentir, como si hubiera adivinado exactamente lo que pasaba
               por mi cabeza.
                     —Ninguno de los cinco se mete en demasiados líos y nadie es tan estúpido para
               jugársela con ellos. Los Vulturis permanecen en su ciudad y la abandonan sólo para
               atender las llamadas del deber.
                     —¿Deber? —repetí con asombro.
                     —¿No te contó Edward su cometido?
                     —No —dije mientras notaba la expresión de perplejidad de mi rostro.
                     Alice miró una vez más por encima de mi hombro en dirección al hombre de
               negocios y volvió a rozarme la oreja con sus labios glaciales.
                     —No   los   llaman   realeza   sin   un   motivo,   son   la   casta   gobernante.   Con   el
               transcurso de los milenios, han asumido el papel de hacer cumplir nuestras reglas, lo
               que, de hecho, se traduce en el castigo de los transgresores. Llevan a cabo esa tarea
               inexorablemente.
                     Me llevé tal impresión que los ojos se me salieron de las órbitas.
                     —¿Hay reglas? —pregunté en un tono de voz tal vez demasiado alto.
                     —¡Shhh!
                     —¿No   debería   habérmelo   mencionado   antes   alguien?   —susurré   con   ira—.
               Quiero decir, yo quería... ¡quería ser una de vosotros! ¿No tendría que haberme

               explicado alguien lo de las reglas?
                     Alice se rió entre dientes al ver mi reacción.
                     —No son complicadas, Bella. El quid de la cuestión se reduce a una única
               restricción y, si te detienes a pensarlo, probablemente tú misma la averiguarás.
                     Lo hice.
                     —No, ni idea.
                     Alice sacudió la cabeza, decepcionada.
                     —Quizás es demasiado obvio. Debemos mantener en secreto nuestra existencia.
                     —Ah —repuse entre dientes. Era obvio.
                     —Tiene sentido, y la mayoría de nosotros no necesitamos vigilancia —prosiguió
               —, pero al cabo de unos pocos siglos, alguno se aburre o, simplemente, enloquece.
               Los Vulturis toman cartas en el asunto antes de que eso les comprometa a ellos o al
               resto de nosotros.
                     —De modo que Edward...
                     —Planea desacatar abiertamente esa norma en su propia ciudad, el lugar cuyo
               dominio ostentan en secreto desde hace tres mil años, desde los tiempos de los
               etruscos. Se muestran tan protectores con su ciudad que ni siquiera permiten cazar
               dentro de sus muros. Volterra debe de ser el lugar más seguro del mundo... por lo
               menos en lo que a ataques de vampiros se refiere.
                     —Pero dijiste que no salían, entonces ¿cómo se alimentan?




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