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AUTOR Libro
—No salen, les traen el sustento del exterior, a veces desde lugares bastante
lejanos. Eso mantiene distraída a la guardia cuando no está aniquilando disidentes o
protegiendo Volterra de cualquier tipo de publicidad o de...
—... situaciones como ésta, como la de Edward —concluí su frase. Ahora
resultaba sorprendentemente fácil decir su nombre. No estaba segura de dónde
radicaba la diferencia. Tal vez se debía a que en realidad no había planeado vivir
mucho tiempo sin verle si llegábamos tarde y todo lo demás. Me confortaba saber
que tendría una salida fácil.
—Dudo de que se les haya planteado nunca una situación similar a ésta —
murmuró Alice, disgustada—. No hay muchos vampiros suicidas.
Se me escapó de los labios un sonido muy contenido, pero ella pareció
percatarse de que era un grito de dolor. Me pasó su brazo delgado pero firme por
encima de los hombros.
—Haremos cuanto podamos, Bella. Esto todavía no ha terminado.
—Todavía no —dejé que me consolara, aunque sabía que nuestras posibilidades
eran mínimas—. Además, los Vulturis vendrán a por nosotras si armamos jaleo.
Alice se quedó rígida.
—Lo dices como si fuera algo positivo.
Me encogí de hombros.
—Alto ahí, Bella, o de lo contrario damos media vuelta en el aeropuerto de
Nueva York y regresamos a Forks.
—¿Qué?
—Tú sabes perfectamente a qué me refiero. Voy a hacer todo lo que esté en mi
mano para que regreses con Charlie si llegamos tarde para salvar a Edward, y no
quiero que me des ningún problema. ¿Lo comprendes?
—Claro, Alice.
Se dejó caer hacia atrás levemente para poder mirarme.
—Nada de problemas.
—Palabra de boy scout—contesté entre dientes.
Puso los ojos en blanco.
—Ahora, déjame que me concentre. Voy a intentar ver qué trama.
Aunque no retiró el brazo de mis hombros, dejó caer la cabeza sobre el respaldo
para luego cerrar los ojos. Apretó un lado del rostro con la mano libre al tiempo que
se frotaba las sienes con las yemas de los dedos.
La contemplé fascinada durante mucho tiempo. Al final, acabó quedándose
totalmente inmóvil. Su rostro parecía un busto de piedra. Transcurrieron los minutos
y hubiera pensado que se había quedado dormida de no haberla conocido mejor. No
me atreví a interrumpirla para preguntar qué estaba sucediendo.
Deseé tener un tema seguro sobre el que cavilar. No podía permitirme el lujo de
especular con los horrores que teníamos por delante o, para ser más concreta, la
posibilidad de fracasar, a menos que quisiera ponerme a dar gritos.
Tampoco podía anticipar nada. Quizá pudiera salvar a Edward de algún modo
si tenía mucha, mucha, mucha suerte, pero no era tan tonta como para creer que
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