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AUTOR                                                                                               Libro
                     —Eso depende de lo deprisa que se conduzca... ¿Bella?
                     —¿Sí?
                     Me estudió con la mirada.
                     —¿Piensas oponerte mucho a que robemos un buen coche?




                     Un Porsche reluciente de color amarillo chirrió al frenar a pocos centímetros de
               donde yo paseaba. La palabra TURBO, garabateada en letra cursiva, ocupaba la parte
               posterior del deportivo. En la atestada acera del aeropuerto todo el mundo —además
               de mí— se giró para mirarlo.
                     —¡Rápido,   Bella!   —gritó  Alice   con   impaciencia   por   la   ventana   abierta   del
               asiento del copiloto.
                     Corrí hacia la puerta y la abrí de un tirón sin poder evitar la sensación de que
               ocultaba el rostro bajo una media negra.
                     —¡Jesús! —me quejé—, ¿no podías haber robado otro coche menos llamativo,
               Alice?
                     El interior era todo de cuero negro  y  las ventanas tenían cristales tintados.
               Dentro me sentía segura, como si fuera de noche.
                     Alice ya se había puesto a zigzaguear a toda pastilla por el denso tráfico del
               aeropuerto y se deslizaba por los minúsculos espacios que había entre los vehículos
               de tal modo que me encogí y busqué a tientas el cinturón de mi asiento.
                     —La pregunta importante —me corrigió— es si podía haber robado un coche
               más rápido, y creo que no. Tuve suerte.

                     —Va a ser un verdadero consuelo en el próximo control de carretera, seguro.
                     Gorjeó una carcajada y dijo:
                     —Confía en mí, Bella. Si alguien establece un control de carretera, lo hará
               después de que pasemos nosotras.
                     Entonces le dio más gas al coche, como si eso demostrara que tenía razón.
                     Probablemente debería haber contemplado por el cristal de la ventana primero
               la ciudad de Florencia y luego el paisaje de la Toscana, que pasaban ante mis ojos
               desdibujados por la velocidad. Éste era mi primer viaje a cualquier sitio, y quizá
               también el último. Pero la conducción de Alice me llenó de pánico a pesar de que
               sabía que era una persona fiable al volante. Además, la ansiedad me atormentó en
               cuanto empecé a divisar las colinas y los pueblos amurallados tan semejantes a
               castillos desde la distancia.
                     —¿Ves alguna cosa más?
                     —Hay algún evento —murmuró Alice—, un festival o algo por el estilo. Las
               calles están llenas de gente y banderas rojas. ¿Qué día es hoy?
                     No estaba del todo segura.
                     —¿No estamos a día diecinueve?
                     —Menuda ironía, es el día de San Marcos.
                     —¿Y eso qué significa?
                     Se rió entre dientes.




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