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AUTOR                                                                                               Libro
               concentraba.
                     Recliné la cabeza sobre el asiento mientras la observaba y lo siguiente que supe
               fue que ella corría de golpe el estor para evitar la entrada de la tenue luminosidad
               del cielo oriental.
                     —¿Qué ha pasado? —pregunté entre dientes.
                     —Le han  comunicado   la  negativa  —contestó   en  voz  baja.  Noté   que  había
               desaparecido el entusiasmo de su voz.
                     Las palabras se me agolparon en la garganta a causa del pánico.
                     —¿Qué va a hacer?
                     —Al principio todo era caótico. Yo atisbaba detalles, pero él cambiaba de planes
               con demasiada rapidez.
                     —¿Qué clase de planes? —le urgí.
                     —Hubo un mal momento... cuando decidió ir de caza —susurró. Me miró, y al
               leer en mi rostro que no la comprendía, agregó—: En la ciudad. Le ha faltado poco.
               Cambió de idea en el último momento.
                     —No ha querido decepcionar a Carlisle —musité. No, no le quería defraudar en
               el último momento.
                     —Probablemente —coincidió ella.
                     —¿Vamos a tener tiempo? —se produjo un cambio en la presión de la cabina
               mientras hablaba y el avión se inclinó hacia abajo.
                     —Eso espero... Quizá sí... a condición de que persevere en su última decisión.
                     —¿Y cuál es?
                     —Ha optado por elegir lo sencillo. Va a limitarse a caminar por las calles a la luz

               del sol.
                     Caminar por las calles a la luz del sol. Eso era todo.
                     Bastaría.
                     Me consumía el recuerdo de la imagen de Edward en el prado, con la piel
               deslumbrante   y   refulgente   como   si   estuviera   hecha   de   un   millón   de   facetas
               diamantinas. Los Vulturis no lo iban a permitir, no si querían que su ciudad siguiera
               pasando desapercibida.
                     Contemplé el tenue resplandor gris que entraba por las ventanas abiertas.
                     —Vamos a llegar demasiado tarde —susurré, aterrada, con un nudo en la
               garganta.
                     Ella negó con la cabeza.
                     —Ahora mismo se ha decantado por lo melodramático. Desea tener la máxima
               audiencia posible, por lo que elegirá la plaza mayor, debajo de la torre del reloj. Allí
               los muros son altos. Va a tener que esperar a que el sol esté en su cenit.
                     —Entonces, ¿tenemos de plazo hasta mediodía?
                     —Si hay suerte y no cambia de opinión.
                     El comandante se dirigió al pasaje por el interfono para anunciar primero en
               francés y luego en inglés el inminente aterrizaje. Se oyó un tintineo y las luces del
               pasillo parpadearon para indicar que nos abrocháramos los cinturones de seguridad.
                     —¿A qué distancia está Volterra de Florencia?




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