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podría estar con él después de haberle salvado. Yo no era diferente ni más especial de
lo que lo había sido con anterioridad, así que no había ninguna razón nueva por la
que ahora me quisiera, aunque verle para perderle otra vez...
Reprimí la pena. Ése era el precio que debía pagar para salvarle. Y lo pagaría.
Echaron una película y mi vecino se puso los auriculares. Miraba de vez en
cuando las figuras que se movían por la pequeña pantalla, pero ni siquiera fui capaz
de discernir si era una de miedo o una romántica.
El avión comenzó a descender rumbo a la ciudad de Nueva York después de lo
que me pareció una eternidad. Alice permanecía sumida en su trance. Me puse
nerviosa y estiré una mano para tocarla, sólo para retirarla otra vez. Ese movimiento
se repitió una docena de veces antes de que el avión efectuara un aterrizaje movidito.
—Alice —la llamé al fin—. Alice, hemos de irnos.
Le toqué el brazo.
Abrió los ojos con suma lentitud y durante unos instantes sacudió la cabeza de
un lado a otro.
—¿Alguna novedad? —pregunté en voz baja, consciente de que el hombre que
tenía al otro lado estaba a la escucha.
—No exactamente —cuchicheó en voz tan baja que apenas la lograba escuchar
—. Se encuentra más cerca. Ha decidido la forma en que va a plantear su petición.
Tuvimos que apresurarnos para no perder el trasbordo, pero eso nos vino bien,
mejor que si nos hubiéramos visto obligadas a esperar. Alice cerró los ojos y se
hundió en el mismo sopor, igual que antes, en cuanto estuvimos en el aire. Aguardé
con toda la paciencia posible. Cuando se hizo de noche, descorrí el estor para mirar la
monótona oscuridad del exterior, que no era mucho más agradable que el hueco
cubierto de la ventana.
Me sentía muy agradecida por haber tenido tantos meses de práctica a la hora
de controlar mis pensamientos. En vez de detenerme en las aterradoras posibilidades
del futuro a las que —no importaba lo que dijera Alice— no pretendía sobrevivir, me
concentré en problemas de menor calado, como qué iba a decirle a Charlie a mi
vuelta. Era una cuestión lo bastante espinosa como para ocupar varias horas. ¿Y a
Jacob? Había prometido esperarme, pero ahora ¿seguía vigente esa promesa?
¿Acabaría tirada en casa, sola en Forks, sin nadie a mi alrededor? Quizá no quería
sobrevivir, pasara lo que pasara.
Unos segundos después, Alice me sacudió el hombro. No me había dado cuenta
de que me había dormido.
—Bella —susurró con la voz un poco más alta de la cuenta para un avión a
oscuras repleto de humanos dormidos.
No estaba desorientada... No había permanecido traspuesta durante mucho
tiempo.
—¿Algo va mal?
Los ojos de Alice refulgieron a la tenue luz de la lámpara de lectura encendida
en la parte posterior de nuestra fila.
—No, por ahora todo va bien. Han estado deliberando, pero han decidido
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