Page 281 - e-book
P. 281
AUTOR Libro
visión, pero aun así, no sé por qué, me alegra haberme equivocado.
Edward no le contestó.
—Pero ¡vuestra abstinencia...! —Aro suspiró—. No sabía que era posible tener
tanta fuerza de voluntad. Habituaros a resistir el canto de las sirenas, no una vez,
sino una y otra, y otra más... No lo hubiera creído de no haberlo visto por mí mismo.
Edward contempló la admiración de Aro con rostro inexpresivo. Conocía muy
bien esa expresión —el tiempo no había cambiado eso—, lo bastante para saber que
algo se estaba cociendo bajo esa apariencia de tranquilidad. Hice un esfuerzo para
mantener constante la respiración.
—Sólo de recordar cuánto te atrae ella... —Aro rió entre dientes—. Me pone
sediento.
Edward se tensó.
—No te inquietes —le tranquilizó Aro—. No tengo intención de hacerle daño,
pero siento una enorme curiosidad sobre una cosa en particular —me miró con vivo
interés—. ¿Puedo? —preguntó con avidez al tiempo que alzaba una mano.
—Pregúntaselo a ella—sugirió Edward con voz monocorde.
—¡Por supuesto, qué descortesía por mi parte! —exclamó Aro y, ahora
dirigiéndose directamente a mí, continuó—: Bella, me fascina que seas la única
excepción al impresionante don de Edward... Una cosa así me resulta de lo más
interesante y, dado que nuestros talentos son tan similares en muchas cosas, me
preguntaba si serías tan amable de permitirme hacer un intento para verificar si
también eres una excepción para mí.
Alcé la vista para mirar a Edward, aterrorizada. Era consciente de no tener
alternativa alguna a pesar de la amabilidad de Aro y me aterraba la idea de dejar que
me tocara, pero aun así, contra toda lógica, sentía una gran curiosidad por tener la
ocasión de tocar su extraña piel.
Edward asintió para infundirme ánimo. No sabía si era porque él estaba
convencido de que Aro no me iba a hacer daño o porque no quedaba otro remedio.
Me volví hacia Aro y extendí la mano lentamente. Estaba temblando.
Se deslizó para acercarse más. Me pareció que su expresión quería
tranquilizarme, pero sus facciones apergaminadas eran demasiado extrañas,
diferentes y amedrentadoras como para que me sosegara. Su rostro demostraba
mayor confianza en sí mismo que sus palabras.
Aro alargó el brazo como si fuera a estrecharme la mano y rozó su piel de
aspecto frágil con la mía. Era dura, la encontré áspera al tacto —se parecía más a la
tiza que al granito— e incluso más fría de lo esperado.
Sus ojos membranosos me observaron con alegría y me resultó imposible
desviar la mirada. Me cautivaron de un modo extraño y poco grato.
El rostro de Aro se alteró conforme me miraba. La seguridad se resquebrajó
para convertirse primero en duda y luego en incredulidad antes de calmarse debajo
de una máscara amistosa.
—Pues sí, muy interesante —dijo mientras me soltaba la mano y retrocedía.
Contemplé a Edward, y aunque su rostro era sereno, me pareció ver una chispa
- 281 -

