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AUTOR                                                                                               Libro
               mujeres con vestido de tirantes se habían acercado para permanecer junto a Cayo de
               igual modo. La simple idea de que un vampiro necesitara guardias se me antojaba
               realmente ridícula, pero tal vez los antiguos eran más frágiles, como sugería su piel.
                     Aro siguió moviendo la cabeza al tiempo que decía:
                     —Asombroso, realmente increíble.
                     El rostro de Alice evidenciaba su descontento. Edward se volvió y de nuevo le
               facilitó una explicación rápida en voz baja:
                     —Marco ve las relaciones y ha quedado sorprendido por la intensidad de las
               nuestras.
                     Aro sonrió.
                     —¡Qué práctico! —repitió para sí mismo. Luego, se dirigió a nosotros—: Puedo
               aseguraros que cuesta bastante sorprender a Marco.
                     No tuve ninguna duda cuando miré el rostro mortecino de Marco.
                     —Resulta   difícil   de   comprender,   eso   es   todo,   incluso   ahora   —Aro   caviló
               mientras miraba el brazo de Edward en torno a mí. Me resultaba casi imposible
               seguir el caótico hilo de pensamientos del vampiro, pero me esforcé por conseguirlo
               —. ¿Cómo puedes permanecer tan cerca de ella de ese modo?
                     —No sin esfuerzo —contestó Edward con calma.
                     —Pero aun así... ¡La tua cantante! ¡Menudo derroche!
                     Edward se rió sin ganas una vez.
                     —Yo lo veo más como un precio a pagar.
                     Aro se mantuvo escéptico.
                     —Un precio muy alto.

                     —Simple coste de oportunidad.
                     Aro echó a reír.
                     —No hubiera creído que el reclamo de la sangre de alguien pudiera ser tan
               fuerte de no haberla olido en tus recuerdos. Yo mismo nunca había sentido nada
               igual. La mayoría de nosotros vendería caro ese obsequio mientras que tú...
                     —... lo derrocho —concluyó Edward, ahora con sarcasmo.
                     Aro rió una vez más.
                     —¡Ay, cómo echo de menos a mi amigo Carlisle! Me recuerdas a él, excepto que
               él no se irritaba tanto.
                     —Carlisle me supera en muchas otras cosas.
                     —Jamás pensé ver a nadie que superase a Carlisle en autocontrol, pero tú le
               haces palidecer.
                     —En absoluto —Edward parecía impaciente, como si se hubiera cansado de los
               preliminares. Eso me asustó aún más. No podía evitar el imaginar lo que vendría a
               continuación.
                     —Me   congratulo   por   su   éxito   —Aro   reflexionó—.   Tus   recuerdos   de   él
               constituyen un verdadero regalo para mí, aunque me han dejado estupefacto. Me
               sorprende que haya... Me complace que el éxito le haya sorprendido en el camino tan
               poco ortodoxo que eligió. Temía que se hubiera debilitado y gastado con el tiempo.
               Me hubiera mofado de su plan de encontrar a otros que compartieran su peculiar




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