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El veredicto
Nos hallábamos en un corredor de apariencia normal e intensamente
iluminado. Las paredes eran de color hueso y el suelo estaba cubierto por alfombras
de un gris artificial. Unas luces fluorescentes rectangulares de aspecto corriente
jalonaban con regularidad el techo. Agradecí mucho que allí hiciera más calor. Aquel
pasillo resultaba muy acogedor después de la penumbra de las siniestras alcantarillas
de piedra.
Edward no parecía estar de acuerdo con mi valoración. Lanzó una mirada
fulminante y sombría hacia la menuda figura envuelta por un velo de oscuridad que
permanecía al final del largo corredor, junto al ascensor.
Tiró de mí para hacerme avanzar y Alice caminó junto a mí, al otro lado. La
puerta gruesa crujió al cerrarse de un portazo detrás de nosotros, y luego se oyó el
ruido sordo de un cerrojo que se deslizaba de vuelta a su posición.
Jane nos esperaba en el ascensor con gesto de indiferencia e impedía con una
mano que se cerrasen las puertas.
Los tres vampiros de la familia de los Vulturis se relajaron más cuando
estuvimos dentro del ascensor. Echaron hacia atrás las capas y dejaron que las
capuchas cayeran. Felix y Demetri eran de tez ligeramente olivácea, lo que,
combinado con su palidez terrosa, les confería una extraña apariencia. Felix tenía el
pelo muy corto, mientras que a Demetri le caía en cascada sobre los hombros. El iris
de ambos era de un color carmesí intenso que se iba oscureciendo de forma
progresiva hasta acercarse a la pupila. Debajo de sus envolturas llevaban ropas
modernas, blancas y anodinas. Me acurruqué en una esquina y me mantuve
encogida junto a Edward, que me siguió acariciando el brazo con la mano, pero en
ningún momento apartó la mirada de Jane.
El viaje en ascensor fue breve. Salimos a una zona que tenía pinta de ser una
recepción bastante pija. Las paredes estaban revestidas de madera y los suelos
enmoquetados con gruesas alfombras de color verde oscuro. Cuadros enormes de la
campiña de la Toscana intensamente iluminados reemplazaban a las ventanas
inexistentes. Habían agrupado de forma muy conveniente sofás de cuero de color
claro y mesas relucientes encima de las cuales había jarrones de cristal llenos de
ramilletes de colores vívidos. El olor de las flores me recordó al de una casa de
pompas fúnebres.
Había un mostrador alto de caoba pulida en el centro de la habitación. Miré
atónita a la mujer que había detrás.
Era alta, de tez oscura y ojos verdes. Hubiera sido muy hermosa en cualquier
otra compañía, pero no allí, ya que era tan humana de los pies a la cabeza como yo.
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